Este lunes se cumplen treinta años de uno de los hechos más tristes de la historia reciente de Pergamino. El 7 de abril de 1995, una tormenta imprevista y feroz descargó 300 milímetros de lluvia en apenas dos horas y media, provocando la inundación más grave que haya sufrido nuestra ciudad.
Aquel viernes por la madrugada, Pergamino amaneció bajo el agua. Calles convertidas en ríos, hogares anegados, comercios arruinados y barrios enteros completamente cubiertos por la crecida. Fue un golpe brutal que sorprendió a todos y marcó un antes y un después para la comunidad.
La magnitud del desastre fue tal que dejó un saldo doloroso: cuatro personas perdieron la vida. Entre ellas, el bombero voluntario Fernando Tomás Esquivel, quien realizaba tareas de rescate en la intersección de avenida Colón y Honduras -calle que hoy lleva su nombre- cuando fue arrastrado por la corriente. También falleció Claudio Herro, un vecino que protagonizó un acto heroico intentando salvar a un niño de ocho años, Matías Rodríguez; ambos murieron a causa de la fuerza del agua. La cuarta víctima fue Faustina Masciota de Ponterino, una mujer mayor hallada sin vida en su domicilio.
Pero el drama no terminó allí. Hubo otras muertes, no siempre registradas oficialmente, de personas que no lograron reponerse del frío, la humedad o el profundo daño emocional. Porque la tragedia también golpeó el alma.
Más de 3.000 personas fueron evacuadas, y otras 4.000 se autoevacuaron. La cifra de damnificados fue enorme, y la ciudad entera se vio alterada por el caos, la pérdida y la incertidumbre. Al mismo tiempo, emergió otra cara del drama: la de la solidaridad, con gestos conmovedores de ayuda entre vecinos, instituciones, voluntarios y organismos de emergencia.
Desde entonces, el 7 de abril se transformó en una fecha de memoria y reflexión para los pergaminenses. Cada año, quienes vivieron aquella jornada la recuerdan como una cicatriz que no se borra, una marca imborrable en la historia local. Las imágenes de colchones flotando, de niños cargados en brazos, de calles desaparecidas bajo el agua, regresan al recuerdo con la misma nitidez y el mismo dolor.
En estas tres décadas, Pergamino ha atravesado otras inundaciones. Algunas leves, otras de impacto moderado y unas pocas severas. Pero ninguna con la magnitud, la brutalidad y el trauma colectivo de la del ’95. Por eso, el 7 de abril es, para muchos, una fecha de duelo.
Y aunque el tiempo haya pasado, el desafío sigue siendo el mismo: aprender, prevenir, mejorar los sistemas de alerta y respuesta. Porque la naturaleza puede volver a golpear, pero lo que no puede arrasar es la memoria de un pueblo que, aún desde el barro y el dolor, supo levantarse.