El gobierno de Javier Milei dio este lunes un paso clave hacia una nueva reestructuración financiera al confirmar que J.P. Morgan será el banco estructurador de una operación inédita: la recompra de bonos soberanos en el mercado secundario, financiada con fondos de organismos multilaterales.
La maniobra busca extender vencimientos críticos, aliviar la presión sobre las reservas netas del Banco Central y, según la visión oficial, reabrir el acceso gradual a los mercados internacionales de crédito.
La operación: recompra, multilaterales y swap
El secretario de Finanzas, Pablo Quirno, explicó que el programa —denominado informalmente “deuda por educación”— consiste en utilizar recursos multilaterales para recomprar bonos argentinos con descuento y reemplazarlos por financiamiento a tasas más bajas. El Tesoro estadounidense ya confirmó un swap de 20.000 millones de dólares para reforzar la liquidez del Banco Central y sostener la operación.
Este esquema combina dos elementos centrales: flujo de dólares concesionales y compras directas de deuda en el secondary market, evitando una reestructuración formal. La lógica es clara: reducir stock sin default explícito, usar capital “barato” y ganar tiempo financiero.
J.P. Morgan, socio estructural
La elección de J.P. Morgan no es casual. El banco actúa como brazo operativo y concentrador de tenencias dispersas en manos de fondos de cobertura, bancos y minoristas. Su rol no se limita a la intermediación técnica: es el director de orquesta de toda la operación.
El vínculo entre el banco y la cúpula económica argentina es estrecho. Luis Caputo trabajó allí en los 90; Pablo Quirno y Santiago Bausili también pasaron por sus filas; y varios economistas clave del equipo provienen de la misma institución. En el centro de esta red se ubica Daniel Pinto, actual presidente y co-CEO global del banco, nacido en Buenos Aires en 1960 y figura con peso propio en Wall Street.
Una ingeniería financiera con ecos del Plan Brady
El antecedente inmediato de esta estrategia es el Plan Brady, lanzado en 1989 por Nicholas Brady para aliviar la deuda de América Latina tras la crisis de los 80. Argentina participó en 1992, bajo la presidencia de Carlos Menem, con una operación que canjeó 21.000 millones de dólares por bonos Brady a 30 años con garantías colaterales respaldadas por el Tesoro de Estados Unidos.
Pero hay diferencias sustanciales:
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Brady clásico: emisión de nuevos bonos y acuerdos multilaterales complejos con bancos acreedores.
Versión Milei: recompra directa en el mercado secundario, sin emisión, utilizando préstamos multilaterales como financiamiento puente.
La similitud es el anclaje multilateral; la innovación, la velocidad y el carácter más quirúrgico de la intervención.
Un “puente” entre dos mundos
La jugada busca unir el respaldo institucional de organismos multilaterales con la flexibilidad de los mercados secundarios. Los bonos argentinos cotizan con descuento por la desconfianza inversora, y eso abre margen para una recompra masiva a valores más bajos.
El objetivo declarado es bajar el riesgo país, extender plazos y limpiar parte del perfil de vencimientos sin pasar por un proceso de negociación largo y traumático. Para lograrlo, el Gobierno espera un “ancla política” desde Washington: garantías parciales o implícitas del Tesoro norteamericano que respalden la operación.
Escenario abierto: “Brady 2.0”
La operación podría ampliarse hasta 40.000 millones de dólares si se suman otras líneas multilaterales. Instituciones financieras estadounidenses presionan para contar con avales sólidos del Tesoro de Estados Unidos antes de liberar su exposición privada.
Si prospera, Argentina ensayará una suerte de “Plan Brady 2.0” sin colaterales duros, con una ejecución más ágil y sin nuevos bonos. El riesgo: depender fuertemente de la voluntad política de Washington y de la capacidad de sostener la estabilidad cambiaria interna.