La manifestación en apoyo a Cristina Fernández de Kirchner en Plaza de Mayo fue, más allá de cualquier análisis judicial o político puntual, el símbolo de una época. No fue una defensa jurídica —porque la justicia ya falló en su contra— ni una propuesta de futuro, sino una demostración de poder político basado en la épica de la lealtad. Una misa militante de reafirmación simbólica, en la que se gritó más fuerte que se argumentó.
Cristina Fernández de Kirchner
La expresidenta, en prisión domiciliaria, eligió enviar un mensaje grabado en el que arremetió contra la Corte Suprema, el presidente Javier Milei y el modelo económico actual. Volvió a hablar de proscripción, de inocencia, de persecución. Volvió, en definitiva, a su lenguaje preferido: el de los símbolos, la injusticia y la resistencia.
Pero la masividad de la marcha, aunque poderosa, no modifica su situación judicial. Y mucho menos representa una síntesis superadora del presente. Solo profundiza el lenguaje irracional que domina el escenario político argentino: una lógica de trincheras donde lo único que importa es reafirmar al propio bando. En esa lógica, el kirchnerismo y el libertarismo se parecen más de lo que creen. Cambian los colores, las frases y las estéticas, pero se sostiene el mismo método: pocos argumentos, escasa agenda pública, muchas injurias, abundantes prejuicios.
Javier Milei
Mientras tanto, el presidente más imprevisible e iracundo de la historia argentina actúa desde las redes sociales como si gobernara un canal de YouTube. Se pelea con periodistas, ofende sin reparos a sus aliados, no construye puentes ni consensos. Se jacta de no saludar a quienes piensan parecido, y expulsa sin misericordia a los que piensan distinto. Gobierna como un outsider vengativo, más atento a los aplausos virtuales que al precio de la yerba.
En ese campo de batalla binario, ¿dónde está el resto de la sociedad? ¿Dónde están los que no militan ni odian, los que no se fanatizan, los que simplemente quieren un país que funcione? Es probable que esa mayoría silenciosa —esa Argentina real que no vive de la política— no se vea entre tanto ruido. No tiene tiempo para marchas ni para editar hilos en Twitter. Es la gente que trabaja, que intenta llegar a fin de mes, que hace cuentas y no entiende si un millón de pesos es mucho o poco. La que no sabe de deuda externa ni de tratados globales, pero sabe perfectamente lo que es que no le alcance para comer.
Argentina
Se trata de una porción enorme del país que observa estas escenas como si fueran ficciones repetidas. Otra vez corsi e ricorsi, como en los viejos libros: el eterno retorno argentino a la antinomia. Donde uno gana y otro pierde, y los demás solo siguen con su vida. Cada vez más agobiados, cada vez más solos, cada vez más decepcionados.
Es probable que, si hoy existiera un proyecto superador, no pudiera verse. Porque el escenario está tomado por los extremos, y el ruido ahoga las voces intermedias. Pero ahí está el desafío: construir otra cosa. Una política sin fanatismos, una agenda concreta, una hoja de ruta nacional que no dependa de las pasiones ni de los algoritmos. Un país, en definitiva, más razonable.
Embed - Diario LA OPINION on Instagram: "Mientras los extremos se enfrentan, la mayoría silenciosa sigue sola. La Argentina real necesita política con agenda, no fanatismos. La manifestación en apoyo a Cristina Fernández de Kirchner en Plaza de Mayo fue, más allá de cualquier análisis judicial o político puntual, el símbolo de una época. No fue una defensa jurídica —porque la justicia ya falló en su contra— ni una propuesta de futuro, sino una demostración de poder político basado en la épica de la lealtad. Una misa militante de reafirmación simbólica, en la que se gritó más fuerte que se argumentó. Lee la nota completa en www.laopinionline.ar #Cristina #Kirchner #javiermilei"