lunes 07 de julio de 2025

La política argentina, entre los gritos y la parálisis

EL pasado martes en el Congreso fue el reflejo de un clima que amenaza con vaciar de sentido a la política como herramienta de transformación colectiva.

6 de julio de 2025 - 08:00

La sesión especial que tenía como objetivo avanzar con proyectos urgentes —como el financiamiento universitario, la emergencia en salud pediátrica o la derogación de DNU controvertidos— terminó levantada abruptamente en medio del escándalo.

El episodio más viral lo protagonizaron las diputadas Paula Penacca (Unión por la Patria) y Juliana Santillán (La Libertad Avanza), pero la escena se amplificó cuando el diputado José Luis Espert fue increpado a los gritos y tildado de “psicópata” por sus pares. A esto se sumó la intervención en redes sociales del propio presidente Javier Milei, quien en lugar de aportar mesura, respondió con provocación.

Cuando la política se convierte en ring

Lo preocupante no es solo el espectáculo. Lo preocupante es que esta lógica del “todo vale” y del “vale más quién grita más fuerte” se ha vuelto costumbre. La violencia en la política argentina ya no es sólo un recurso ocasional: es parte del método.

Y cuando la violencia se normaliza, se pierden los matices. Desaparece la capacidad de escuchar, de negociar, de construir. Lo que queda es el agravio permanente, la lógica amigo/enemigo, la excitación tribal de ver cómo “mi equipo” destruye al otro. Y en ese juego, los que pierden siempre son los mismos: los argentinos que esperan respuestas, soluciones, diálogo y gestión.

La pérdida del sentido democrático

No se trata de idealizar al Congreso ni de pedir que todo sea armonía. Se trata de asumir que la política es una práctica democrática, no una guerra. Que las diferencias se zanjan con ideas, no con insultos. Que el mandato de los legisladores es representar y construir, no descalificar y bloquear.

Lo más doloroso es que mientras se discutían formas de frenar los recortes en ciencia, salud y educación, los responsables de hacerlo entraban en una dinámica de espectáculo degradante. ¿Qué mensaje reciben los estudiantes, los médicos, los investigadores, cuando ven que la dirigencia no puede siquiera sostener una sesión sin gritarse?

La antipolítica se alimenta de estos gestos

La violencia política no es solo un problema ético o institucional. Es también un problema estratégico. Porque cada vez que la política se aleja del respeto, la racionalidad y el compromiso, se vuelve más fácil para el discurso antipolítico instalarse. Y cada vez que el Congreso parece un circo, gana terreno la idea de que “todos son iguales”, “ninguno sirve” o “que gobierne cualquiera”.

Si los dirigentes no toman nota del hartazgo social, si no elevan el nivel del debate, si no entienden que no están actuando para las cámaras sino para millones de ciudadanos, lo que está en juego no es sólo su prestigio. Es la credibilidad de todo el sistema democrático. O seguirá votando cada vez menos gente. Probablemente sea lo que algunos quieren.

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