Callar para no padecer
Están los casos extremos, como inspectores que son vilipendiados cuando intentan cumplir su trabajo o, a la inversa, agentes que ejercen su rol con un alto grado de agresividad. Pero también a diario se ve en las calles -y particularmente en escuelas y clubes-, sin llegar a las situaciones señaladas, un espíritu combativo en niños y jóvenes que, ante el llamado de atención de un mayor no titubean en responder con improperios, cuando los que están obrando inadecuadamente por eso el llamado de atención- son ellos. Por este motivo es habitual que al advertir un ciudadano que otra persona, incluso siendo un niño o joven, está faltando a la civilidad (por ejemplo arrojando basura, estacionando en lugares prohibidos, orinando en la vía pública, dañando mobiliario urbano), la opción generalizada es el silencio, para no pasar un mal momento.
Ensayando una posible causa de esta agresividad que se vive, puede plantearse que la falta de realizaciones de los adultos, la desmedida ambición incentivada por la publicidad que permanentemente alimenta a la sociedad de consumo, crea un ambiente familiar tenso, con gestos violentos. La televisión no ayuda a cambiar esta situación pues su programación está basada en series policiales, agresividad que se repite en los noticiosos, fortaleciendo en niños y jóvenes la idea que el trato agresivo es normal y cotidiano. Y un niño que crece violento será un adulto que no medirá consecuencias a la hora de lograr sus objetivos ignorando las normas de convivencia, ya que si las conoce, nunca las ha puesto en práctica ni ha visto que sus mayores hicieran uso de las mismas.
Lo más grave es que como producto de la difícil situación que vive la sociedad moderna, los valores de convivencia y civilidad tienden a deteriorarse. Los ciudadanos hemos perdido, hasta cierto punto, la conciencia de lo que significa pertenecer a una comunidad.
El sociólogo Gilles Lipovetsky opina que en esta era posmoderna en la que vivimos, los ciudadanos tenemos nuevas actitudes: apatía, indiferencia, deserción, el principio de seducción sustituye al principio de convicción. Otros autores creen que en esta era los ciudadanos vivimos solamente en el presente perdiendo el sentido de continuidad histórica. Vivimos para nosotros mismos, sin preocuparnos por tradiciones o posterioridad, es así como el sentido histórico se olvida de la misma manera que olvidamos los valores e instituciones sociales. En una sola palabra, el mal que nos aqueja es el individualismo.
Todos infractores
En materia de cultura vial se refleja claramente que no alcanza con que el Estado cumpla con todas sus obligaciones, si el ciudadano no cumple con su deber, o no sabe ejercer sus derechos o hace de sus derechos un abuso que los anula. Porque todos contribuimos: si somos perjudicados por una falta (por ejemplo la obstrucción de un acceso) y no lo hacemos saber, favorecemos a la expansión del todo vale. No hay cultura fiscal, pero del Estado se exige todo, como si los impuestos no tuvieran nada que ver a la hora de satisfacer una obra de infraestructura o mantener o mejorar un servicio.
Volviendo al ejemplo del tránsito o de la cultura vial, es preocupante que el aporte que hace falta y que es el de la conducta ciudadana no se pueda computar. Así, su consecuencia más inmediata es el registro de que una de las principales causas de mortalidad del país se produce por los siniestros viales. No hay exageración si se afirma que los accidentes viales con sus secuelas de muertes e invalidez son una endemia social y que urge revertirla. Para esto es insuficiente el Estado, se requiere de un cambio ciudadano.
Los expertos que abordan esta temática se interrogan a manera de interpelación: ¿Puede denominarse accidente a aquello que sucede todos los días? ¿El concepto de accidente desplaza al de la imprudencia?
Todos los meses se producen en el país tres Cromañón por siniestros de tránsito. Una suerte de lento suicidio colectivo que revela un grave problema de convivencia y una inexistente noción del riesgo que suponen pequeñas conductas imprudentes que persiguen el beneficio personal, con total desaprensión del perjuicio general. Porque un auto parado en doble fila para hacer un breve trámite implica un peligro inminente para el resto de los conductores y para los peatones. Está claro que las campañas de prevención no evitan los siniestros viales, pero los reducen y la mejor prevención comienza por el ciudadano cuando se ajusta a las normas que hacen a la convivencia en sociedad. Y en el complejo mapa del tránsito, los peatones son, a la vez, los más vulnerables y los más incumplidores de las normas. Baste con verlos a diario avanzando sobre la calle en sus amagos para cruzar, ignorando las luces de los semáforos o haciéndolo por la mitad de la vereda en lugar del utilizar las cebras en las esquinas.
Mi patio, tu plaza
Las malas conductas se vuelven más evidentes en la vía pública, por lo que resulta válido preguntarse si estos espacios para las personas son efectivamente las plazas, la calle, los medios de transporte, y si se sienten parte de cada uno de estos lugares neurálgicos. ¿Los cuidan y los protegen o hay un uso instrumental de estos espacios? No los sienten parte, simplemente los emplean. Y esto se evidencia cuando se contrasta con la actitud dentro del hogar, donde el ciudadano sí se siente dueño; allí es impensable que envoltorios, botellas, colillas y restos de comida terminen en el suelo, como sí sucede en veredas y parques. Tampoco la gente arroja sus bolsas con residuos en el living del vecino porque la reacción se presume- pero sí lo hace en un terreno que aunque no lo vea- tiene dueño o en banquinas, el Arroyo o plazas.
Lo importante es batallar contra la cultura de que es posible adaptar las reglas y las leyes a la conveniencia del momento y que los otros deben recibir con elasticidad y tolerancia nuestros malos hábitos.
De la incivilidad al delito
Transgredir las normas usuales de convivencia y cultura de una determinada sociedad está dejando de ser una actitud contracultural, para pasar a convertirse en una alternativa de forma social aceptada. El permiso social es tan amplio que provoca la percepción de que siempre es posible transgredir sin que ello tenga una sanción. El resultado final del individualismo transgresor es el de transformarse en un individualismo predatorio, donde pequeños vicios privados se transforman en grandes desenfrenos públicos.
Rol del Estado
Este estado de cosas abarca a personas e instituciones, ya que las primeras conforman las segundas. Y la madre de todas las instituciones es la administración pública, conformada por funcionarios que también son ciudadanos y no disocian su conducta.
Por eso, la responsabilidad no termina en el gesto individual del vecino de la comunidad. Cuando vivimos conforme a las normas que se establecen, pero no somos respaldados por aquellos que deben velar por su cumplimiento, nos sentimos desprotegidos por aquellos en los que depositamos nuestra confianza.
Es indispensable que como ciudadanos podamos recapacitar sobre los valores y normas de convivencia que no nos fueron enseñados o que hemos olvidado debido al ritmo de vida que nos impone la sociedad actual. Y que quienes tiene la potestad del control y la punición no claudiquen en lo pequeño, que es lo que, a la postre, les evitará problemas mayores.
De abajo hacia arriba
El cambio empieza desde abajo e implica un posicionamiento activo, dejando de validar conductas socialmente inadecuadas. ¿Cómo? No hacer es también un modo de hacer. El silencio, la apatía, el no me importa, total no me lo hacen a mí o mejor me callo para no pasar un momento desagradable instalan progresivamente malos hábitos en la sociedad. Involucrarnos es parte de asumir una conducta social de cuidado responsable hacia el otro y hacia uno mismo, gratificante para cada uno y fuente de aprendizaje y experiencias reconstructivas para los niños que luego serán adultos. El cambio implica un trabajo sostenido de padres y educadores, estos últimos con el ejemplo, especialmente, consolidando la idea que es factible desarrollar habilidades positivas a nivel individual y como grupo social. Se aprenden hábitos ejercitando conductas. Por eso el ejemplo en el hogar es la primera y mejor lección a impartir.
Cierto es que porque pagamos impuestos y a través de ellos los sueldos de autoridades, funcionarios y empleados públicos tenemos derecho a exigir contraprestaciones como el orden, la higiene y la seguridad vial. Pero tan cierto como ello es que tenemos obligaciones. El verdadero ciudadano es el que intenta cumplir todos los deberes derivados de la vida en sociedad; antes de exigir de las autoridades, es menester revisar nuestra conducta y ver si lo somos.
Decalogo de la mala conducta
1- Arrojar basura, sustancias o residuos en la vía pública, parques, plazas, calles, rutas y caminos. Quemar basura en sitios públicos y arruinar paisajes.
2- Colarse en filas, no respetar los turnos para la atención en negocios u oficinas, ni formarse en las paradas de colectivos para subir de acuerdo con el orden de llegada.
3- A diario los peatones infringen todas las normas posibles pensando que, por no conducir, su conducta no afecta al tránsito. Sí lo hace, y lo que es peor- se juegan su vida a cada paso mal dado: cruzar por la mitad de la calle, esperar el cambio de luces debajo de las veredas, avanzar en el cruce sin estar habilitados por el semáforo o especulando entre regular el paso y la proximidad de un vehículo.
4- Al ser advertidos en la comisión de una infracción por otro vecino, responder con enojo e insultos.
5- Privilegiar la comodidad a la preservación de la vida: no uso de casco en las motos, trasladar a más de un ocupante, incluso un grupo familiar completo (con niños que no son consultados sobre si quieren correr el riesgo) por no utilizar el transporte público o la caminata.
6- Privilegiar la comodidad personal a la normal circulación: parar el auto en doble fila sin o sobre mano derecha cuando no obstruyendo una cochera- sin reparar en el perjuicio a terceros, con el solo fin de caminar menos hacia el destino. Aunque sea por sólo dos minutos, las implicancias están, tanto en el flujo de tránsito como en el riesgo de accidentes por malas maniobras provocadas por esta presencia indebida.
7- Ocupar lugares públicos más allá de lo permitido, como los comercios que colocan sillas y mesas para los clientes o los talleres mecánicos que ponen chatarra o albañiles sus materiales o escombros en las veredas o verduleros con sus cajones y carteles.
8- Atentar contra la propiedad pública: desde remover e inutilizar señales viales hasta acabar con las luminarias del alumbrado o destrozar bancos de plazas y baños de uso común.
9- No respetar horarios de descanso por el uso de parlantes o bocinas, o el simple grito de vereda a vereda por la haraganería de no cruzar la calle. También quienes se extralimitan con la música.
10- Sacar a pasear animales sin haber adoptado medidas de prevención como el uso y correa para que no ataquen a las personas-, no juntar sus desechos (como sí lo haríamos si hubiesen defecado en el perímetro del hogar) o dejarlos deambular por la vía pública.