Buenos Aires, (NA) - Rubén López, el hijo de Jorge Julio López, manifestó ayer su «bronca» por la falta de avances en la causa que investiga la desaparición del testigo hace diez años y afirmó que genocidas como Miguel Etchecolatz, a quien apuntó como ideólogo del secuestro en democracia de su padre, se tienen que pudrir en la cárcel igual que Jorge Videla.
Que investiguen, que se pongan las pilas, que busquen a mi viejo, que determinen lo que pasó. Y si no pueden o no quieren o no les dejan, que lo expliquen, reclamó.
- ¿Cuál es el sentimiento a diez años de la desaparición de tu padre?
- El sentimiento es de bronca, de impotencia. La Justicia no investiga, la Fiscalía no avanza en la investigación. Eso genera dolor. Es triste pero está sucediendo en la Argentina y en democracia, que es lo peor.
- ¿Qué pensaron en un primer momento de su desaparición cuándo veían que tu padre no se presentaba a declarar?
- Pensamos que le podía haber pasado algo físicamente o psicológicamente y que eso podía haber desatado algún evento. Pero con el correr del tiempo nos fuimos convenciendo de que su (su desaparición) tenía que ver con su testimonio.
- ¿Cuál es tu expectativa respecto de la causa?
- Que investiguen, que se pongan las pilas, que busquen a mi viejo, que determinen lo que pasó. Y si no pueden o no quieren o no les dejan, que lo expliquen. Eso estaría bueno. Siguen diciendo que están investigando pero ves que pasaron diez años y no pasó absolutamente nada. Esa sensación de incertidumbre es lo que más duele.
- ¿Qué sensación te deja el hecho de que Etchecolatz haya sido beneficiado con cárcel domiciliaria?
- Lo tomo con bronca. Este año me pongo a militar la causa para que Etchecolatz no quede libre. No hay otra opción. No me parece que sea justo, no para mí, sino para el testimonio de mi viejo. En el caso de estos genocidas, se tienen que pudrir en la cárcel al igual que Videla.
- ¿Cree que Etchecolatz y allegados a él estuvieron detrás del segundo secuestro de tu padre?
- Mucha gente supone que fue Etchecolatz el responsable del segundo secuestro. Técnicamente no hay pruebas pero es lo que todo el mundo cree. Tuvo que haber sido el ideólogo de la situación.
- ¿Observa un cambio en el tratamiento que le da el Gobierno actual a las causas de Derechos Humanos respecto de la anterior administración?
- No se si directamente, pero hay un mensaje dando vuelta. Se trata a los represores como exrepresores. Se habla de guerra sucia, se vuelve a instaurar la teoría de los dos demonios. Algunos funcionarios se envalentonan y salen a mandar fruta cuando antes no lo hacían.
- ¿Hay un cambio de paradigma como señalan los organismos de Derechos Humanos?
- Parecería que sí. Hoy hablé con (el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Claudio) Avruj y yo le contaba que hay que ratificar con los hechos lo que se expresa con la boca. También le dije que estaría bueno que Etchecolatz cumpla su condena en la cárcel. Ahora hay un planteo que habrá que evaluar para que el Estado sea querellante en la causa de mi viejo.
Una década sin novedad
Diez años pasaron desde el lunes 18 de septiembre de 2006, cuando Jorge Julio López salió de su casa en La Plata para presenciar el último tramo del juicio contra el represor Miguel Etchecolatz y ya no se volvió a saber de él.
En una década, la investigación no logró encaminarse y fue marcada por una pista falsa tras otra, dejando en evidencia el fracaso de la Justicia y el poder político en dar con el paradero de quien se convirtió en el primer desaparecido en democracia.
Del desconcierto inicial, cuando hasta se llegó a especular con que podía estar perdido, se sucedieron interminables rastrillajes que no arrojaron resultados y se barajaron hipótesis de lo más variadas, que tampoco lograron echar luz sobre lo que realmente sucedió con el testigo.
Corría 2006, Néstor Kirchner era presidente, Felipe Solá era gobernador de Buenos Aires y un año antes se habían anulado las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, dejando el camino allanado para que comenzaran los juicios contra los represores de la última dictadura militar.
El proceso contra Etchecolatz, exdirector de Investigaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, fue emblemático para la historia del país por haber sido el primero tras la derogación de esas leyes y también porque la Justicia reconoció la existencia del delito de genocidio.
El último en ver a López fue su hijo, Rubén, que lo despidió el domingo 17 de septiembre de 2006 por la noche después de cenar y ambos acordaron encontrarse al día siguiente, antes de la audiencia de los alegatos del juicio contra Etchecolatz.
López había sido un testigo clave en ese proceso, al incriminar al represor con el relato de sus padecimientos en el Pozo de Arana, el centro clandestino de detención que dependía de la Comisaría 5ª de La Plata.
Yo hasta pensé ´si un día salgo y lo encuentro a Etchecolatz, yo lo voy a matar, yo´. Así pensaba. Y después digo ´Puta, ¿y si lo mato? ¡Qué voy a matar a una porquería de esas, un asesino serial´!. No tenía compasión. El mismo iba y los pateaba (a los detenidos-desaparecidos), confesó en uno de los pasajes de su última declaración, el 28 de junio de 2006.
Su desaparición se produjo un día antes de que Etchecolatz fuera condenado a reclusión perpetua por delitos de lesa humanidad, sentencia que no pudo escuchar.
De acuerdo a lo que pudo establecerse en la investigación, el testigo desapareció entre las 23:00 del domingo y las 7:00 del lunes, aunque nadie lo vio retirarse de su casa, ubicada en el barrio Los Hornos, en la periferia platense.
Por el caso no hay ningún imputado y con el paso de los años la pesquisa fue haciéndose cada vez más lenta, pese a que todo pareciera indicar que sus últimas palabras durante el juicio tuvieron estrecha relación con su desaparición.
Durante la última dictadura militar, López fue secuestrado el 27 de octubre de 1976 y liberado el 25 de junio de 1979.
En esos 36 meses padeció el encierro y las torturas, además de presenciar el fusilamiento de los militantes peronistas Patricia Dell Orto y su esposo, Ambrosio De Marco, a quienes definió como los chicos que andaban por el barrio en representación de una Unidad Básica.
Por 30 años calló los detalles del horror, pero ante la Justicia López contó su experiencia como detenido, las picanas, los golpes e hizo un relato minucioso en el que nombró a represores y al fallecido arzobispo de la capital bonaerense Antonio Plaza, por haber entregado una mujer a los torturadores.