Estudiar y trabajar
La muerte temprana de su padre, cuando ella tenía 13 años, la obligó a salir al mercado laboral siendo muy chica. “Tuve que salir a trabajar, pero nunca dejé de estudiar, doy gracias a Dios que lo pude hacer, estudiar y trabajar supuso algunos sacrificios de los que no me arrepiento”, aclara, consciente de que esas experiencias fueron moldeando el destino.
“Mi primer trabajo fue como ordenanza en el Supermercado ‘La Estrella’ y después trabajé en una conocida distribuidora del barrio Centenario, donde hoy funciona El Viejo Almacén”, agrega. Y recuerda a su papá: “El murió siendo joven, enfermó en noviembre de cáncer de pulmón y al mes siguiente falleció. Eso nos cambió la vida a todos, mi hermano estudiaba en La Plata y se volvió y los tres salimos a trabajar para sostener nuestra familia. Mi mamá siempre había sido ama de casa, y nosotros quisimos que lo siguiera siendo. Fueron años de mucho sacrificio para sacar a nuestra familia adelante, y lo conseguimos”, relata.
“Cuando nos ordenamos, ‘Pancho’ regresó a sus estudios y al poco tiempo se recibió; yo comencé mi carrera universitaria y en paralelo había hecho el curso de perito clasificador de granos y eso me permitió comenzar a trabajar en Granos del Plata”, menciona y refiere que estudiando aún en el secundario ya daba clases de particular en su casa, actividad que continuó.
Reconoce que siempre le gusto el estudio y tuvo condición de “buena alumna”. “Eso me facilitó un poco las cosas porque trabajando no tenía demasiado tiempo para estudiar, y además era joven y me gustaba también salir a divertirme”, agrega.
La docencia
Su experiencia en la tarea de enseñar y aprender había sido a través de sus clases particulares. Teniendo 27 años, ejercía como contadora cuando la convocaron para comenzar a dar clases en escuelas provinciales. Tomó el desafío con entusiasmo y compromiso y fue así como llegó a la docencia. “Comencé a trabajar y no me fui más de la docencia”, recalca y menciona que siempre fue profesora de secundario. “Por mi formación daba las materias contables y también matemáticas”.
“Aunque no era necesario en ese tiempo, en el Instituto de Formación Docente N° 5 hice las materias pedagógicas, lo que me dio otras herramientas frente al aula”, señala. “La docencia es lo mejor que hay sobre la tierra, porque la relación que se establece con los alumnos, si se lo quiere, no es comparable con nada más. Los chicos me han contado sus tristezas y sus alegrías, hemos compartido muchas experiencias y ha sido un camino muy desafiante y reconfortante también”, destaca.
“Durante 34 años trabajé en la Escuela N° 1 nocturna, que en esa época era la Escuela Secundaria N° 4 y durante 33 años en la Escuela Media N° 2 del barrio General San Martín”, precisa. Conocedora y respetuosa de la historia personal de cada alumno, entiende que en determinados contextos la docencia debe ayudar a “salir del fango”. “A cada una de mis clases iba impecable, me maquillaba, y además de enseñarles a usar una calculadora o a realizar un cálculo, intentaba mostrarles con mi actitud frente a la vida que había otro camino posible. Muchos salieron del fango y yo al verlos encaminados en su proyecto de vida siento una enorme satisfacción”, confiesa.
“Fui una privilegiada de la docencia, tenía tres turnos, mañana, tarde y noche, me encantaba” y comenta que se jubiló a los 58 años, cuando ya en las escuelas y en la propia sociedad muchas cosas habían cambiado para peor. “Hubo un momento en que empecé a sentir que no podía con determinadas realidades y decidí que era momento de jubilarme. No me costó tomar esa decisión, aunque fue algo meditado, me fui de la escuela cuando sentí que ya no podía dar lo que tenía que dar”, refiere con cierta tristeza por el recuerdo de situaciones que resguarda en la charla por respeto, pero que muestran con claridad cómo ciertos contextos sobrepasan la posibilidad real de solución que puede encontrar frente a ellos cualquier docente. “Si no entendés las carencias que existen en determinados contextos, no podés ejercer la docencia. Es una obligación personal conocer la historia de cada alumno y sacar a esos chicos adelante”, enfatiza.
Su universo afectivo y el presente
En la esfera íntima, la vida de María Delia es rica en afectos verdaderos. Desde sus 33 años está casada con Julio Courtial. “Nos conocimos a los 20 años, en Fedra, y nos casamos 13 años después, fuimos novios eternos”, señala. Tienen dos hijos: Julio (32) y María Rocío (31). “Ambos trabajan con su papá en la panadería y el varón está en pareja con Priscila”, menciona.
Acerca recuerdos de su juventud cuando recuerda su noviazgo: “La vida era muy distinta en nuestra época. El lugar de encuentro era la confitería Fedra. El andaba en un Ami 8 de la tía Rosita y se ofreció a llevarme a casa. Acepté cuando me dijo que era el nieto de Lita, mi vecina de toda la vida. Ahí empezó todo”.
“Siempre nos llevamos muy bien, aunque por cuestiones de la política estuvimos mucho tiempo peleados, recuerdo que cuando fueron las elecciones de 1983 yo trabajaba para Alfonsín y él para Luder. Uno es muy idealista cuando es joven. Con el paso del tiempo entendimos que todo era más relativo, incluso los desacuerdos”, señala.
Durante buena parte de la vida su esposo se dedicó a la actividad política de manera activa. Eso supuso adaptaciones en la dinámica de la vida familiar. “No fue fácil acompañar la trayectoria pública de Julio, durante mucho tiempo él abrazó la actividad política con mucha dedicación”, reconoce y recuerda las épocas en que la militancia y las responsabilidades públicas de su esposo convivían con la dinámica de una vida familiar signada por las horas de trabajo y la crianza de los hijos. “Nos acomodamos”, resalta.
“Esta es la casa que fue de Emma, mi suegra, nos mudamos aquí cuando ella falleció. Y es un poco la casa de todos. Si bien los chicos viven solos, están al lado, así que este sigue siendo el punto de encuentro en lo cotidiano”, describe. Con más tiempo libre que el que tenía cuando trabajaba, hoy dedica sus días a participar de distintas actividades: “Hago pilates, voy a gimnasia y tomo clases de baile. Me muevo mucho y además de hacer cosas que me gustan, encuentro en esas actividades un entorno social muy lindo”.
“No tengo problemas para socializar”, admite y destaca que la docencia le dejó muy buenos amigos, además de algunos “hermanos del alma”. “Ellos saben quiénes son, somos como familia”, expresa, agradecida. Rescata muchas historias de su paso por la docencia, y algunas de ellas se han transformado en parte de su vida. Cuenta una: “Flor, es mi hija del corazón. Ella fue alumna mía. Había sido abandonada por su mamá junto a sus hermanos y se dedicaba a limpiar casas, yo siempre le insistía para que estudiara, lo hizo, y hoy es profesora de contabilidad. Es decir que además de haber sido alumna, fuimos compañeras y hoy somos amigas. Su hija es mi nieta del corazón”.
Determinada, defensora de las causas justas, amiga de los amigos, confiesa que ama viajar. “He tenido la posibilidad de conocer algunos lugares, fui a Italia con mi prima, recorrimos con Julio los lagos del sur de Chile, y hemos estado en varios lugares, pero soy nacionalista para viajar, me gusta mucho andar por Argentina y mi destino todos los años en marzo es ir a Mar del Plata. Cuando tengo un peso, lo invierto en viajar”, comenta, destacando la riqueza de esas vivencias.
Disfrutar y agradecer
En la docencia, en la vida personal, en el pasado y en el presente María Delia es de las mujeres que siempre disfrutó de cada cosa que hizo. “Creo que eso es lo importante”. “No fue fácil trabajar y criar hijos, pero me gustó hacerlo. Soy una agradecida a la vida. Cuando miro para atrás, el balance es bueno”, reflexiona. Y abunda: “Me costó formar mi familia y la formé. Tengo dos hijos que son excelentes personas y seres maravillosos. Mi marido es un hombre bueno y honesto. Trabajé de lo que amé y tengo muchos amigos. No tengo sueños imposibles”.
“Soy una mujer común, una mujer normal que tuvo la suerte de hacer lo que le gustó, soy una agradecida de la vida”, afirma. Y sobre el final, vuelve sobre sus raíces, y hace un recorrido imprescindible por su vida: “Sé que la muerte de mi padre me marcó. La terapia me enseñó que cuando alguien pierde al papá tempranamente pueden suceder dos cosas: o uno se vuelve una persona sobreprotectora, como he sido, o se transforma en un ser totalmente descuidado. Yo he protegido mucho, pero lo que abunda, no sobra”.
Fiel a esa certeza de haber cuidado de los suyos sin abandonar sus propios anhelos, ha hecho de su casa un lugar cálido y abierto. Allí transcurre la entrevista, en ese espacio con olor a hogar, donde lo cotidiano sucede. “Algunas veces bromeamos con mi esposo y decimos que este lugar es como un supermercado abierto 24 horas que fía. Yo prefiero decir que es un supermercado abierto que regala”, bromea. Y cuando la conversación roza lo esencial, sonríe, y ese gesto es la síntesis de su actitud generosa frente a la vida.
Embed - Diario LA OPINION on Instagram: "Es contadora pública, sin embargo, encontró en las aulas su pasión. Trabajó en distintos colegios secundarios como profesora. Además de enseñar, honró la historia personal de cada alumno. Hoy, ya retirada de la actividad laboral, encuentra en el afecto de los suyos y en las relaciones que cosechó, el espacio donde vivir el presente y proyectar el porvenir. María Delia Luján Trotta se define como una mujer común, como tantas otras, que ha tenido la dicha de haber hecho siempre lo que quiso. Aguerrida, docente comprometida en todas las dimensiones de su tarea, y sensible en el trato con los demás, acepta trazar su Perfil Pergaminense con generosidad y se dispone a un diálogo amable que abarca distintos aspectos de la biografía personal de alguien que construyó su destino, fiel a sus ideales, sin traicionarse jamás. Nota completa en nuestra página web"
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