Frente a la Plaza San Martín, sobre las barrancas de Retiro en Cuidad Autónoma de Buenos Aires, se levanta el edificio Kavanagh. Desde su inauguración el 2 de enero de 1936, representa mucho más que un conjunto de departamentos: sintetiza historia, vanguardia, estética y mito.
Hito de la Arquitectura
Con 120 metros de altura, marcó un hito en la arquitectura latinoamericana y se convirtió en el edificio de hormigón más alto del mundo en su tiempo. Hoy, en un contexto de recuperación del mercado inmobiliario, atrae a quienes buscan unidades premium para comprar o alquilar en una zona dinámica de Buenos Aires.
El proyecto estuvo a cargo del estudio integrado por los arquitectos Gregorio Sánchez (oriundo de Uruguay), Ernesto Lagos y Luis De la Torre, con la ejecución técnica del ingeniero Rodolfo Cervini. Se construyó en sólo 14 meses, en plena crisis económica mundial (luego de la caída de Wall Street y sus consecuencias).
Con una superficie total de 26.000 metros cuadrados, incluyó tecnologías inéditas para la época, como un sistema de aire acondicionado que abastecía el aire para refrigerar a 75.000 personas y una instalación eléctrica suficiente para un pueblo entero.
El edificio obtuvo en 1936 el Premio Municipal de Casa Colectiva y de Fachada. En 1994, la American Society of Civil Engineers lo distinguió como “Hito histórico internacional de la ingeniería”. En 1999, la UNESCO lo declaró patrimonio de la arquitectura moderna y el Estado argentino lo reconoció como Monumento Histórico Nacional.
Con su planta escalonada y líneas rectas, fusiona racionalismo y Art Déco en una síntesis única. Su estructura de hormigón armado requirió más de 1.600 kilómetros de barras de acero y contiene 90 kilómetros de tuberías internas.
Los detalles decorativos, como la mansarda de remate francés, pensada para que la nieve se deslice, aunque solo nevó dos veces en la ciudad, y las terrazas jardín que avanzan en forma de proa sobre la ciudad, contribuyen a su identidad inconfundible.
Simbolismo y valor cultural
El Kavanagh fue construido en tiempos de crisis, durante la gran recesión de los años treinta, con materiales nacionales, creatividad técnica y visión estratégica. Su estructura respondió a la necesidad de replantear la vida urbana, optimizar recursos y diseñar espacios habitables que ofrecieran comodidad sin perder elegancia.
El edificio continúa en pie como testigo de una época de modernización, sofisticación y ruptura. Con sus 31 plantas, su fachada racionalista y su impronta monumental, mantiene su lugar como una de las piezas más reconocidas del patrimonio porteño.
Fuente: Ámbito Financiero.
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