Ana María Susan, viuda de Rael, tiene 81 años y es dueña de una sensibilidad exquisita que la ha llevado por el camino del arte, las letras y le ha permitido nutrir su universo de hermosos recorridos. Se predispone a trazar su Perfil Pergaminense en su casa, emplazada en el corazón de su amado barrio Acevedo. Allí, a metros de la plaza, transcurren sus días. Ese lugar delinea su mundo, ese en el que crecieron hijos, nietos y hoy bisnietos. Un pino de ese parque fue destinatario de uno de sus poemas y mucho de lo que hay en ese espacio público y en el barrio tiene la huella de su impronta, comprometida con el bien de su comunidad.
Fue a la Escuela N° 4, y con orgullo señala: “Todas las generaciones Susan fuimos a ese colegio, también mis hijos y nietos”. Su vínculo con esa institución fue mucho más allá y durante muchos años integró el Club de Madres. “Formamos un grupo hermoso, nos hicimos amigas y desde hace 35 años seguimos reuniéndonos una vez al mes”, menciona y señala que comenzó el secundario en el Colegio Nacional, pero no llegó a recibirse. “Yo tenía la ilusión de poder seguir estudiando, quizás en Rosario, pero mi padre quería que fuera maestra. Y como yo no estuve de acuerdo, dejé el colegio”, confiesa.
Cuenta que su compañero de vida falleció hace tres años. Al decirlo, la invade una profunda tristeza que le quiebra la voz. “Fuimos muy compañeros y un hombre que me dio toda la libertad que yo quería”, resalta. Habla de él con admiración: “Tenía un taller de compostura de calzado y era un apasionado de su oficio. También fue zapatero en la Policía Caminera y una persona hábil para trabajar la madera”, expresa y señala el marco de los cuadros que decoran su living: “Los hizo él”, agrega. Y prosigue: “Nuestro sueño era tener una familia y nuestra casa, y lo logramos”, afirma extrañando su compañía y su incondicionalidad.
Tuvieron dos hijos: Alejandra, que es profesora de Biología y Geografía y está en pareja con Mauro Muñoz. Y Manuel, que es profesor de Educación Física y está casado con Valeria Restaine”. “Tengo cuatro nietos: Martín Soldati (34) técnico en Seguridad e Higiene y un apasionado de la tornería en madera que trabaja en su propio taller y está en pareja con ‘Coti’ Escudero; Giuliana Soldati(32) que es licenciada en Psicopedagogía y trabaja en Recursos Humanos de Remax y está en pareja con Maximiliano Santía; Manuel Rael (28), licenciado en Diseño Industrial; y Camilo Rael que está en sexto año”, precisa. Y agrega: “Además soy bisabuela de Mateo Soldati y Ariana Santía”.
Hacer por los demás
“Yo me casé a los 19 años y me dediqué a criar a los chicos y ocuparme de mi casa”, añade, aunque aclara que esa dedicación a la vida hogareña no le impidió rendir culto a su vocación de participar de su comunidad y hacer cosas procurando el bien común. “A los 55 años hice un curso de cuidado de adultos mayores y trabajé un par de años y a la par de ello comencé a escribir sobre la ancianidad”, cuenta.
Su intervención en las cuestiones inherentes al barrio surgió apenas se mudó a la casa en la que vive. “El consejo que me dio mi papá fue que me asociara a la comisión de fomento y eso hice, cumplí ese mandato”. “Lo primero que hice fue participar en la comisión del Jardín de Infantes N° 902 al que iba mí hija. Hicimos muchas cosas, y logramos comprar un piano”, recuerda. Y continúa: “Cuando Manuel empezó primer grado se conformó el Club de Madres de la Escuela N° 4, me incorporé y ocupé varios cargos, hicimos tantas cosas, una de ellas construir el techo de la terraza en la que los chicos hacían gimnasia”.
“Siempre me gustó involucrarme. Más tarde, comencé a participar de la comisión de fomento. Me convocó el señor Forcadell porque habían decidido conformar la subcomisión de mujeres. Trabajé durante diecisiete años en ese espacio que tuve el honor de presidir”, expresa y menciona el trabajo realizado con la Escuela de Estética y tantas otras iniciativas impulsadas.
Fruto de un taller de organización barrial al que asistió en representación de la comisión de fomento, fue convocada para participar de un encuentro de mujeres. “Al principio no quería, porque pensé que era algo político y no me gusta la política. Pero era otra cosa. Durante varios años participé activamente del Encuentro Nacional de Mujeres e incluso con siete mujeres de Pergamino tuve la posibilidad de viajar a Cuba para un encuentro internacional”.
“Era un ámbito de intercambio de ideas muy valioso”, recalca y recuerda los encuentros realizados en Buenos Aires, San Salvador de Jujuy, Corrientes, Chaco y el último en Rosario al que acudió con su hija. “Además fui miembro de la comisión del centro de formación laboral que articula con la Escuela N°502, la escuela funcionaba enfrente de mi casa y me vinieron a buscar porque yo andaba en todo. Acepté y fue un hermoso desafío, incluso cuando la institución se mudó seguí colaborando”, agrega.
Su pasión por las letras
Desde siempre su pasión fue escribir. “De chiquita armaba cuentos en mi imaginación, los escribía, pero no los mostraba. Recién siendo más grande comencé a animarme a presentar mis trabajos en concursos literarios y a participar de distintos espacios”, comenta, abriendo un capítulo significativo de su vida: su relación con el arte.
“Para escribir me marcó mucho María de los Dolores Ricardo Martínez, una profesora que tuve. Me gustaba mucho Juana de Ibarbourou había un cuento: ‘La mancha de humedad’ que me resultaba inspirador, Mis cuentos son imaginarios, le doy vida a las cosas inanimadas”.
Sus trabajos han sido publicados en diarios, y varias antologías contienen sus producciones. Y posee un libro de su autoría: “’Los cuentos de Ana’, se llama y la edición fue una idea de mi hija que organizó todo y me sorprendió con la presentación de esa obra como regalo en uno de mis cumpleaños”, cuenta y relata las vivencias de ese día inolvidable.
Asegura que fue Digna Sabaté quien le señaló que su camino era el de los cuentos y su producción fue fructífera. “También escribo poesía”, aclara y reconoce que le gusta el arte en toda su expresión. “Durante diez años hice teatro con Marta Lere, mi prima, y competimos en los Torneos Bonaerenses. Gané dos veces, la primera en 2004 con un cuento y al siguiente en teatro”.
Ha sido integrante de varios grupos literarios. “El primero que integré fue el de Digna Sabaté y de la mano de la literatura participé de jornadas, presentaciones y viajes. Con el Círculo de Escritores Pergaminenses Independientes hicimos una antología”, señala.
Apasionada de las cosas, en cada empresa que emprende se involucra con cuerpo y alma. “Admiro la figura de Almafuerte y he ofrecido charlas divulgando su obra”, sostiene y menciona su experiencia en Manuel Ocampo, donde la biblioteca lleva el nombre de este exponente. “He andado por todos lados, aunque hoy ya no participo de ningún grupo, solo asisto una vez por semana a ‘La Casita de mis viejos’ a tomar clases de folklore.
Abuela cuentacuentos
Acompañando a uno de sus nietos cuando empezaba primer grado, fue abuela cuentacuentos en la Escuela N° 4. “Fue una experiencia encantadora, iba y les contaba cuentos y ellos dibujaban las ideas que les quedaban, más tarde cuando a medida que iban aprendiendo las palabras, las escribían. Fui durante todo un año. Y una vez la directora de la escuela me preguntó si era maestra por el manejo que tenía del aula”, relata.
Viajar
Afirma que es “adicta a viajar”. “Conozco todo el país y los limítrofes. Viajo como sea, en grupo, sola, con amigas, antes viajaba con mi esposo. Y actualmente viajo mucho con una amiga, Isabel”, comenta.
Una prueba difícil
A los 60 años, en un control médico la operaron de un cáncer de mama. Se sometió a un tratamiento y recuperó su salud. “Lo sobrellevé bien, no tuve miedo, me ayudó mucho mi esposo., y hubo un antes y un después. Luego de haber atravesado la enfermedad, miré la vida de otra manera, algo que suele pasar y aprendí a agradecer”, resalta.
Predispuesta a ayudar, tiene la fortuna de vivir rodeada de afecto: “Tengo amigas que son como hermanas, tuve suerte con las amistades y me siento muy acompañada por mi familia”.
Seguir escribiendo
Aunque ya no tiene la ambición de publicar ni de presentarse a concursos, sigue escribiendo. La inspiran situaciones de la vida cotidiana y tiene una mirada entrenada para ver vida allí donde los demás ven solo cosas. “Hoy estoy abocada a volcar mi historia en un diario que me regaló la mamá de mi bisnieto”, cuenta entusiasmada. “También estoy ordenando mi biblioteca y me sorprendo al rescatar textos que escribí hace mucho tiempo y me resultan sumamente vigentes”, señala.
Ha sido una idealista y sigue siendo una luchadora de las cuestiones justas. Jamás ha traicionado su esencia y eso la define. Asegura que le quedan muchas cosas por hacer, pero no planifica demasiado. “Me gusta que la vida me sorprenda”, afirma y los ojos le brillan. “Cuando uno es joven va detrás de quimeras doradas, pero ahora, a mi edad, estoy satisfecha. Ya cumplí un ciclo”, reflexiona y confiesa: “No le tengo miedo a la muerte porque hice todo lo que quise. Aún me falta mucho más, pero acepto que el tiempo pasa”.
“Se, además, que me van a cremar y van a esparcir mis cenizas, porque quiero seguir siendo libre, amo la libertad”, abunda. Y con esa apreciación, la entrevista casi culmina. Pero la charla continúa y el diálogo sigue aportando la riqueza de la mirada de Ana sobre la vida. Ya en la puerta de su casa, mirando hacia la plaza, una estrofa del párrafo de Amado Nervo le aporta la frase exacta con la que se despide de la entrevista: “Amé, fui amada, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes!, ¡Vida estamos en paz!”.