martes 10 de junio de 2025

Sebastián Caldentey: un hombre de la medicina que imprimió su impronta en cada lucha que dio

Vehemente en la defensa de sus argumentos, ejerció su profesión con compromiso. En lo personal, supo sobreponerse a la adversidad de las pérdidas.

8 de junio de 2025 - 07:18

Miguel Sebastián Caldentey es un médico reconocido que desplegó su tarea marcando una huella con su impronta aguerrida y tenaz. Abrazó su vocación tempranamente. La vida nunca le allanó el camino de las cosas ni de las causas que abrazó con su lucha. Siempre supo posicionarse del lado de la jerarquización del trabajo del equipo de salud, sin temerle a las críticas ni a otros embates.

Vivió su infancia en el campo, en Ortiz Basualdo, junto a sus padres Lorenzo Pío Caldentey, un destacado periodista, y Blanca Oberti, ama de casa. Creció junto a sus hermanos, Gabriel, Daniel y Raúl. Ese núcleo familiar primario se completaba con sus abuelos maternos, Juan y Dominga, sus tíos y primos.

En su familia la educación siempre fue un pilar fundamental y no se escatimaron sacrificios para lograr que el destino pudiera forjarse sobre las bases de una buena formación y una trayectoria honesta. “Cuando comenzamos el primario, mi padre nos llevaba todas las mañanas hasta la ruta 7 para tomar el colectivo que venía a Pergamino desde Junín. Ibamos a la Escuela N° 1. Después, nos mudamos a Pergamino y nos establecimos en el centro”, cuenta en el inicio de la entrevista que se desarrolla en la intimidad de su hogar.

En la conversación recrea también su paso por el Colegio Nacional “Almirante Brown” y las vivencias de su juventud. Enviudó de Silvia Noemí Tabari hace un año y medio y aún le duele esa pérdida. Sufrió otras irreparables como la muerte de su hijo mayor, Sebastián, en 1998. “Pasaron muchos años del accidente que le arrebató la vida cuando tenía apenas 17 años, y no tengo consuelo. Quien lo atropelló, escapó, llevó el auto a Santa Fe, lo incendió para esconder las pruebas, y hoy ya está en libertad”, relata conmovido.

“Nada volvió a ser igual para nuestra familia, tuvimos que aprender a vivir sin Sebastián”, recalca. Y como si la memoria se anclara en aquel momento doloroso, algo se nubla en él y en su relato. Enseguida se repone, y menciona a sus hijos: Fernando, gerente de Osam, casado con María Cecilia Luc; y María Azul, odontóloga, en pareja con Francisco Fillat. También a sus nietos: Lorenzo Caldentey Luc y Pierina Fillat Caldentey.

“Vivo solo, aunque muy acompañado por mis hijos y por Karina y Sonia, que me asisten y cuidan”, destaca. Y cuenta que desde hace algunos años atraviesa una situación de salud delicada que lo obliga a dializarse tres veces por semana. “Batallo contra una enfermedad jodida, de esas que nadie quiere tener, pero la voy llevando”, expresa, reconociendo que, aunque a sus 73 años eso le ha impuesto algunas limitaciones, se esfuerza por no perder autonomía.

“Dicen que los médicos no somos buenos pacientes, pero en mi caso, si el profesional que me atiende me cae bien y no me está diciendo a cada momento lo que tengo que hacer, me dejo llevar”, afirma con una sonrisa este hombre que conoce las vicisitudes del trabajo médico y la complejidad de los diagnósticos como la palma de su mano. “Afronto con la mayor entereza posible lo que me pasa y trato de seguir adelante”.

Una vocación compartida

Tempranamente descubrió que quería ser médico. Sus hermanos Gabriel y Daniel habían iniciado el camino de esa formación. “Estudiamos en la Universidad de La Plata y vivíamos los tres en una pensión”, cuenta. “Con Raúl, el menor, nos llevamos 12 años, él está jubilado del Poder Judicial”, agrega señalando que los cuatro siempre fueron muy unidos.

La Universidad en tiempos complejos

Al recordar su experiencia universitaria reconoce que le tocó transitar ese tiempo en momentos políticos complejos. “Empecé la carrera en 1971 y me recibí seis años después. Fueron épocas lindas y también de algunas macanas”, señala. Y abunda: “Estuve en Ezeiza cuando se produjo el regreso de Perón al país y aquella histórica revuelta. Los estudiantes íbamos a llevar agua y café en los camiones del Ejército a la manifestación que se había congregado y de repente nos vimos envueltos en lo que fue una verdadera guerra civil. Habían soltado presos políticos y se vivía un clima muy hostil. Estaba todo preparado para matar a Perón. Nosotros estábamos cerca del palco, con muchísima gente de uno y otro lado. Cuando llegaron las columnas de Berisso, La Plata y Ensenada, se desató un tiroteo feroz. Salimos de ese problema porque el intendente de La Plata dio la orden de que nos fuéramos. Varios de mis compañeros murieron”, relata. Y aclara: “Yo no era un militante político, era un estudiante de medicina en una universidad y una sociedad coonvulsionada”, señala en una referencia que lo inscribe en ese momento histórico.

En Pergamino, una nutrida carrera

Se recibió de médico e hizo la residencia de Neumonología y Tuberculosis en el Hospital San Juan de Dios de La Plata. Al volver a Pergamino, comenzó a trabajar en la Clínica Pergamino. Asimismo, se insertó en el Hospital San José.

“La carrera hospitalaria me dejó muchos aprendizajes, cosas buenas y malas”, admite. Y reflexiona: “Muchas veces el sistema de salud explota a los médicos, a los residentes, veo muy mal al sistema de salud y tristemente se va perdiendo el amor por el hospital público”, reflexiona, conocedor de las justicias e injusticias del sistema sanitario.

A la par de su tarea asistencial, fue presidente de la Asociación de Profesionales del Hospital San José y también de la Cooperadora del nosocomio. En cada uno de estos espacios emprendió luchas en defensa de los trabajadores de salud y también discutió con los decisores del poder. La transparencia signó siempre su accionar.

“La experiencia de la Cooperadora fue buenísima”, destaca y rescata algunas iniciativas emprendidas como el acondicionamiento de una propiedad para que las madres que tenían a sus hijos internados pudieran quedarse. Y la construcción del Servicio de Rehabilitación del Hospital: “La obra la financió el Ministerio de Salud, pero el dinero se transfería a través de la Cooperadora. Siempre trabajamos con mucha responsabilidad”.

“Desde la Asociación de Profesionales también me tocó dar duras discusiones con las autoridades del Hospital y de la Región Sanitaria IV”, agrega como parte de un nutrido inventario.

En el nosocomio, en el que trabajó hasta el año 2010, fue jefe del Servicio de Terapia Intensiva: “Tuve el privilegio de compartir este espacio de trabajo con enormes profesionales como Badía, Funes, mi hermano Daniel, Montanari y otros grandes médicos”.

La Clínica Pergamino, en tanto, fue su segunda casa. Trabajó allí hasta marzo de 2022. “Me costó mucho dejar mi consultorio”, confiesa. Hasta el año 2023 tuvo activa participación en la Asociación Médica de Pergamino, entidad que presidió y de la que fue secretario. “Dimos muchas peleas desde la entidad”, destaca.

Junto a sus hermanos y otros socios, creó el Instituto de Resonancia Magnética Pergamino, un emprendimiento que implicó inversión y tiempo y supuso tener una mirada de avanzada para dotar a la ciudad de tecnología de última generación aplicada a la salud.

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Embed - Diario LA OPINION on Instagram: " Un médico con historia, lucha y vocación Miguel Sebastián Caldentey dejó una huella profunda en la salud pergaminense: fue médico, dirigente, jefe de Terapia Intensiva y presidente de la Asociación Médica. Con una trayectoria marcada por la tenacidad y la defensa del trabajo médico, también supo sobreponerse a durísimas pérdidas personales. Padre, abuelo, compañero, amigo. Hoy, ya retirado, transita una enfermedad que lo obliga a dializarse tres veces por semana. Aun así, mantiene su espíritu combativo intacto. “Me costó dejar el consultorio, pero sigo soñando con un sistema de salud más justo y con el reconocimiento real al trabajo médico”. Un testimonio de vida que emociona, inspira y honra a quienes ejercen la medicina con compromiso humano. Nota completa en @laopinionline -Link en bio- #HistoriasQueInspiran #MédicosConAlma #Pergamino #Salud #Vocación #Compromiso #TestimonioDeVida #MiguelCaldentey"

Un hombre combativo

Dentro y fuera de la profesión, supo hacerse tiempo para cultivar relaciones verdaderas. “La profesión me dejó muchos amigos, entre ellos Esteban, Tomás, Gabriel y Julio Ramella, ‘Pichino’ Badía, y tantos otros que estoy olvidando mencionar y sabrán disculparme, pero que todo el tiempo me llaman y están cerca. También jugué al paddle y allí también hice muchas amistades”, menciona.

Ya retirado de la actividad laboral, pero sabiendo que nunca se deja de ser médico, asume que el cuidado de su salud le ha impuesto un cambio en sus rutinas. “Paso mucho tiempo en casa y extraño trabajar, la profesión me trató muy bien”.

“Me costó dejar el fusil y las luchas que di. Siempre he sido muy combativo y estuve allí donde había problemas”, expresa, en una consideración que lo define. Y hace silencio.

Confiesa que le gustaría volver a su consultorio caminando por sus propios medios y reconoce que aún sueña con asistir al momento en que finalmente se reconozca como corresponde el trabajo médico.

Volver sobre los pasos

Observa la vida con la templanza que le fue dando el paso del tiempo, sin dejar de lado su carácter determinado y firme. Reconoce que la pérdida más sentida fue la de su esposa. “Fue mi compañera, pero hay que seguir, así es la historia”.

Fiel a su esencia, sabe sobreponerse a la adversidad. Respetuoso de sus colegas y de sus pacientes, ha aprendido a aceptar el deseo y voluntad de los demás. Hace referencia a esto cuando acerca una anécdota: “Creo en Dios, soy católico, pero respeto todas las creencias y como médico me he llevado bien con los Testigos de Jehová. De hecho, una de mis mejores amigas es Marisol Simonovich, una mujer que tiene una panadería en las 512 viviendas. Su esposo llegó a Terapia del Hospital con un cuadro de enclaustramiento luego de haber sufrido un accidente. Su diagnóstico era irreversible, sin embargo, vivió varios años. En una ocasión quisimos transfundirlo, pero ella no aceptó que él recibiera sangre y respeté su voluntad. En esos cinco años, nunca la vi llorar, ni molestarse por lo que le tocaba vivir. Cuando la iba a visitar, siempre sonreía y llevaba sus cinco hijos varones impecablemente vestidos al templo. Aprendí mucho de ella, sus creencias y el modo de afrontar la muerte de su compañero. Hasta el día de hoy seguimos en contacto”.

El final

De la mano de esa anécdota, llega el final de la entrevista y la pregunta necesaria sobre qué le sucede a él con la idea de la muerte. En ese vértice de la conversación aparece la distinción entre lo que se asume como médico y lo que se vivencia personalmente. “Le tengo miedo, mucho. A pesar de que tengo enterrados a mi padre, mi madre, mi hermano, mi hijo y mi mujer, y que entiendo, me tocará a mí en cualquier momento”, dice y cuando lo expresa la mirada se tiñe del recuerdo de esos seres amados, también de conciencia respecto de la finitud de la vida. Y todo lo demás discurre entre aquellas cosas que aún anhela y esas otras tantas que lo han nutrido para hacer de él un hombre que no le pide a Dios ni a la vida mucho más que aquello que ya le ha sido dado.

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