domingo 16 de noviembre de 2025

El hijo del miedo: la historia del niño que creció entre la violencia y de grande enfrentó al mismo agresor

Creció escuchando los gritos de su madre y viendo cómo nadie la protegía. Veinte años después, el mismo violento volvió a hostigarlo a él. Pero ahora sería distinto.

16 de noviembre de 2025 - 07:05

Desde que tiene memoria, la infancia de Donato Cignoli estuvo signada por el miedo. Las noches eran largas, pesadas, llenas de llantos que venían del cuarto de su madre. Cada grito, cada portazo, cada irrupción del padre violento quedaban grabados en la mente del niño que se acurrucaba en silencio esperando que el ataque terminara.

Creció viendo a su mamá vivir aterrada, amenazada, sometida a una rutina de hostigamientos que tras un largo peregrinar en la Justicia terminaron en dos condenas de penas condicionales.

Durante años, ese sujeto —su progenitor— convirtió el hogar familiar en un campo de batalla. No había límites para su violencia: violaba el domicilio una y otra vez, saltaba tapiales, arrancaba el medidor de electricidad, golpeaba puertas, tiraba timbres durante la madrugada o irrumpía por los techos. No respetaba nada ni a nadie. Lo hacía con saña, y lo hacía siempre frente a los hijos, quienes veían cómo el miedo se instalaba como parte de la vida cotidiana.

Las denuncias se repetían una y otra vez. La mujer acudía a la Policía en pijamas, con sus hijos en brazos, pidiendo ayuda. Llamaba a todas las dependencias, sabía de memoria los números de la comisaría Primera. Pero no había refugio posible. La respuesta institucional era mínima, burocrática, y la visión machista que prevalecía entonces minimizaba las agresiones.

La violencia de género no se consideraba un delito agravado y las causas rara vez llegaban a juicio. Si bien hubo sentencias no lograron disuadir al agresor de la obsesión contra la mujer durante mucho tiempo.

Creciendo con miedo

Mientras tanto, ese niño crecía viendo cómo su madre se desmoronaba sin encontrar sanciones ejemplificadoras que hicieran tomar conciencia al individuo sobre los actos perturbadores hacia el grupo familiar.

Los abuelos maternos fueron el único sostén emocional en medio del caos. En la escuela, en la puerta del club o en la calle, los episodios de hostigamiento eran públicos. La figura paterna estaba asociada al terror, no al afecto.

Pasaron los años. Aquel niño asustado se convirtió en un adulto íntegro, respetuoso y comprometido con la legalidad. Aprendió, a fuerza de golpes ajenos, a contener, a proteger, a resistir. Maduró en un entorno donde la violencia era una constante y el Estado una ausencia. Su fortaleza nació del dolor.

El niño ahora es hombre

Pero, el círculo de violencia volvió a cerrarse casi veinte años después. Días atrás, el mismo agresor —ya envejecido pero con idéntica conducta— reanudó los hostigamientos, esta vez dirigidos contra su propio hijo.

Paradójicamente el escenario elegido fue el mismo porque en la misma casa donde antes la víctima era la mamá, ahora se convirtió en el espacio de ataque al hijo. La obsesión se desplazó: la víctima ya no era la mujer que había logrado reconstruir su vida, sino el hombre que había crecido defendiéndola.

La historia se repitió con escalofriante precisión: la irrupción, los gritos, el miedo. Solo que esta vez no encontró al niño vulnerable de otros tiempos, sino a un hombre que decidió no retroceder más. Enfrentó al agresor, con la fuerza que le dio una vida entera de angustia acumulada. Cada golpe que devolvía era también un símbolo: el de una infancia marcada por la impunidad, el de una madre que lloró durante años sin que nadie la escuchara, el de una sociedad que recién en las últimas décadas empezó a comprender el daño de la violencia machista.

El violento fue reducido y denunciado nuevamente. Pero lo que queda, más allá de los expedientes y las medidas judiciales, es la herida social que representa esta historia: la de un sistema judicial que durante años no supo proteger a una mujer ni a sus hijos, y que hoy vuelve a tener que intervenir frente a la repetición del ciclo de violencia.

Hijo del miedo

Aquel niño que creció entre gritos y miedo sigue siendo, de algún modo, el mismo que buscaba refugio en el abrazo de su madre. Pero ahora es él quien protege, quien exige justicia, quien se niega a callar. En su historia se refleja la de muchas familias silenciadas por años, y también la esperanza de que, pese a la desidia institucional, todavía hay quienes deciden ponerle un límite al horror.

La violencia, en todas sus formas no tiene ideología, es violencia. Que las ideologías no interpreten a la violencia; simplemente denunciarla, apartarla, señalarla y que este tipo de situaciones no le sucedan a ningún niño desde hoy y para siempre.

Declaraciones de Donato

El concejal electo Donato Cignoli decidió romper el silencio y brindar públicamente (a través de un video que publicó en su cuenta de Facebook) su versión sobre el episodio ocurrido el pasado 10 de noviembre, cuando su padre ingresó a su vivienda y se produjo un forcejeo que derivó en denuncias recíprocas y una fuerte ola de desinformación en redes sociales.

En un mensaje filmado, Cignoli ofreció un relato crudo de su infancia y adolescencia atravesadas por episodios reiterados de violencia ejercidos por su padre, Daniel Marcelo “El Rapa” Cignoli. Su testimonio se inscribe en el marco de una causa judicial abierta por amenazas, hostigamiento y tentativa de ingreso forzado al domicilio.

Con voz firme, aunque visiblemente afectado, Cignoli planteó que lo ocurrido “no es un hecho aislado” sino parte de “una historia de terror” que se remonta a décadas atrás. “Cuando tenía 13 años me partió un palo de escoba por la espalda porque no podía dormir la siesta”, recordó. Entre los hechos que enumeró mencionó:

Enumeró una serie de situaciones violentos en los que quedaron involucrados no sólo su madre; sino los hermanos y su abuela materna.

“Mi familia estuvo en la comisaría todas las semanas durante años”, afirmó, y remarcó que pese a un extenso historial judicial, que no terminó en una pena ejemplificadora.

También aseguró que durante su infancia su padre fue “totalmente ausente” y que la familia sobrevivió gracias al esfuerzo de su madre, su tía y sus abuelos.

Cignoli describió con detalle el momento en que su padre intentó ingresar a su hogar.

Eran las 17.30. Donato llegaba del Parque Belgrano con su perro y su bicicleta. Cuando abrió la puerta para entrar, escuchó una voz detrás suyo que decía “permiso”. Inmediatamente, el hombre pasó a su lado e ingresó al interior de la vivienda.

“Yo entré en shock. No entendía qué pasaba. Hasta tardé en reaccionar quién era. Por un momento pensé que era una entradera”, relató.

Según su testimonio, forcejeó para impedir que avanzara hacia el interior. “Todos mis esfuerzos fueron para sacarme de encima a un tipo de 100 kilos, de 1,80 metros, avasallante, que se venía encima mío”, explicó.

El padre cayó sobre una bicicleta que estaba en el living y se lastimó el codo, lo que explica la herida mencionada en redes sociales. “La policía tomó fotos de la bicicleta, con las ruedas rotas incluso los pedales doblados”, detalló.

Cignoli subrayó que una vecina escuchó sus gritos y que hubo múltiples testigos por tratarse de un horario de circulación intensa.

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