domingo 09 de noviembre de 2025

El día en que todo se volvió televisión

La televisión no murió: se infiltró en todo. El ecosistema mediático se transformó en flujo, y el desafío ya no es ver, sino entender qué estamos mirando.

9 de noviembre de 2025 - 20:09

En su ensayo publicado en The Atlantic, Thompson cuenta cómo Meta, la empresa dueña de Facebook e Instagram, reconoció ante la Comisión Federal de Comercio que ya no puede considerarse una red social. Más del 90 % del tiempo en Instagram y el 80 % en Facebook se consume viendo videos. Solo el 7 % del contenido involucra verdaderos “amigos”. El resto, dice la compañía, son clips anónimos recomendados por inteligencia artificial.

Es un cambio de naturaleza: las redes sociales dejaron de ser un espacio de conversación y se transformaron en una programación infinita. Meta y TikTok ya no compiten por conectar personas, sino por mantenernos mirando.

El ecosistema líquido

El fenómeno no se detiene ahí. Los pódcasts, que nacieron como “radio por Internet”, se convirtieron en programas de YouTube. Los diarios producen para pantallas verticales. Los medios audiovisuales adaptan sus series al “modo multitarea”, para espectadores que cocinan, chatean y miran a la vez.

El teórico británico Raymond Williams explicó en 1974 que la televisión rompió la idea de las obras discretas —un libro, una película, un espectáculo— y las reemplazó por el flow: una corriente continua de imágenes y sonidos. Medio siglo después, YouTube y TikTok son la versión definitiva de ese flujo.

Ya no se trata de ver algo, sino de que algo siga reproduciéndose.

En ese paisaje líquido, los contenidos no compiten por ser recordados, sino por no ser interrumpidos. Netflix llegó a crear el género “casual viewing”: historias pensadas para acompañar la distracción. La televisión moderna no busca capturar la atención, sino absorberla lentamente, como una esponja.

El algoritmo como director

El botón play se volvió un acto reflejo. Los medios tradicionales se adaptan a la velocidad del scroll, las marcas producen microhistorias para segundos de retención, los políticos ensayan sus discursos frente a cámaras verticales.

El ecosistema mediático ya no se organiza por temas ni por géneros, sino por algoritmos: matrices invisibles que deciden qué veremos y cuánto.

El escritor Neil Postman advirtió hace cuarenta años que “cada medio crea su propio modo de discurso”. Cuando todo se convierte en televisión —dice—, todas las formas de comunicación adoptan sus valores: emoción, urgencia, brevedad y espectáculo.

La consecuencia no es solo estética. Es política, cultural y mental. Aprendemos a pensar en escenas. Nos informamos con estados de ánimo. Discutimos en tono de tráiler.

La palabra en peligro

La televisión —esa vieja reina del siglo XX— conquistó el siglo XXI sin pantalla de tubo, sin antenas, sin horarios. Se volvió la atmósfera donde todo sucede.

El problema no es que el video gane terreno, sino que su lógica lo haya ocupado todo.

En este ecosistema total, los medios ya no publican para ser comprendidos, sino para ser reproducidos. Y el público, que antes elegía qué mirar, ahora simplemente fluye.

Pero el periodismo no puede ser un pez más en esa corriente. Nuestra tarea no es competir por segundos de atención, sino detener el flujo y devolverle sentido a la imagen.

En una época donde todo se ve pero casi nada se entiende, contar sigue siendo un acto de resistencia.

“El riesgo no es que desaparezcan los medios”, escribió Thompson. “El riesgo es que todos terminen pareciéndose demasiado.”

Y esa es, tal vez, la advertencia más precisa de este tiempo: cuando todo se vuelve televisión, lo que está en juego no es la pantalla, sino la mirada.

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