jueves 03 de julio de 2025

¿Qué puede pasar mañana? La calle, la política y la verdad en juego

Aunque se confirme la domiciliaria, el PJ moviliza en apoyo a CFK. La calle, la justicia y un país que ya no discute solo ideas, sino realidades opuestas.

17 de junio de 2025 - 09:32

El peronismo ha confirmado que mañana saldrá a la calle en respaldo de Cristina Fernández de Kirchner. La convocatoria, que en principio tenía como eje la inminente detención de la expresidenta en Comodoro Py, entra ahora en un terreno incierto:

El Tribunal Oral Federal 2 evalúa otorgarle la prisión domiciliaria antes de que eso ocurra. Una jugada que apunta a desactivar el componente más álgido de la movilización. Pero, ¿alcanza?

La política Argentina.

La política argentina, una vez más, transita la cornisa. La condena a Cristina Kirchner por la causa Vialidad —ratificada por la Corte Suprema— marcó un hito en la historia institucional del país. No solo por el fallo en sí, sino por la reacción que desató: una campaña masiva bajo el lema #CristinaLibre, actos, comunicados del PJ, respaldos sindicales y el llamado a una marcha que mezcla mística con dramatismo. Como en otras etapas, la calle aparece como el espacio final para dirimir lo que la justicia ya resolvió. O lo que, al menos, parte de la sociedad se resiste a aceptar.

La decisión del TOF2 —si finalmente se concreta— apunta a descomprimir el conflicto. No habrá presentación pública, ni imágenes de CFK atravesando vallas o entrando esposada al tribunal. El operativo de seguridad, que incluía a todas las fuerzas federales, también podría reducirse. Pero el peronismo ya se puso en marcha, y cancelar la movilización sería, para muchos de sus actores, un signo de debilidad. Por eso, es probable que el acto se mantenga, aunque con una narrativa diferente: no contra una detención concreta, sino en defensa de una figura política y contra lo que denominan “persecución judicial”.

Un país atrapado en su propio relato

La tensión que se vive en estas horas es síntoma de un país que ya no discute solo ideas, sino realidades. Las redes sociales, la polarización, la desinformación y las batallas culturales nos han llevado a un punto en que la verdad parece ser un tema opinable, cuando no una simple construcción narrativa. La detención de Cristina —real, simbólica o domiciliaria— convive con múltiples interpretaciones según el lente ideológico con el que se la mire.

En ese clima, el rol de la calle como legitimador político reaparece con fuerza. En Argentina, lo sabemos, la movilización popular no solo es un derecho: también es una forma de poder. Y mañana, aunque no haya Comodoro Py ni esposas ni flashes judiciales, ese poder buscará expresarse igual. El peronismo —o al menos un sector importante— no está dispuesto a dejar pasar la oportunidad de mostrar músculo. Aunque las razones cambien, el fondo es el mismo: CFK sigue siendo la gran figura política del espacio, y cualquier amenaza a su figura es leída como una amenaza al proyecto colectivo.

El riesgo de empujar los límites

La historia reciente muestra que estos momentos de alta tensión política no son gratuitos. Las marchas multitudinarias en contextos judiciales, lejos de fortalecer las instituciones, suelen debilitarlas. No porque la protesta sea ilegítima, sino porque termina cuestionando la base misma del sistema democrático: el respeto a la ley y la independencia de poderes.

Si la prisión domiciliaria se confirma, Cristina Kirchner comenzará una nueva etapa política desde su casa en Recoleta. Podrá dar entrevistas, hablar por redes, e incluso arengar desde el balcón. Pero lo que ocurra mañana en las calles marcará un antes y un después. Será una prueba para la militancia, para la dirigencia opositora, para el Gobierno nacional y para el sistema institucional. ¿Predominará la movilización o el acuerdo tácito de evitar el conflicto? ¿El símbolo de la resistencia o el inicio de un reordenamiento?

Mañana, más que una manifestación, está en juego una señal: sobre el futuro del kirchnerismo, sobre la estabilidad institucional del país, y sobre nuestra capacidad —como sociedad— de convivir en la diferencia sin arrasar con todo.

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