martes 15 de abril de 2025
José María Flores Burlón

Dentro y fuera del ring, garra y convicción para alcanzar un sueño

Fue un destacado exponente del boxeo internacional. Nació en Uruguay y se radicó en Pergamino en su adolescencia. Vive aquí desde entonces y desde este lugar forjó su camino deportivo y se volvió una persona respetada por todos.

13 de abril de 2025 - 07:18

José María Flores Burlón es uno de los referentes que ha dado el boxeo a nivel nacional e internacional. Alguna vez un relator dijo de él que era “un boxeador que se esmeraba no por sacar el título por la galera, sino de ganarlo por obra de su voluntad”. Es uruguayo, y cada vez que se subía al ring representando a su país, al escuchar el himno se le erizaba la piel. Tal vez porque nunca es fácil abandonar el lugar donde están las raíces. En 1971 llegó a Argentina y luego de una breve estadía en San Nicolás, se estableció en Pergamino. Desde entonces, se transformó en uno de esos vecinos entrañablemente respetados.

Al trazar su Perfil cuenta que nació en la ciudad de Montevideo, en el barrio “La Unión” y menciona que sus padres fueron: Maria Flordelis Burlón y Darse Flores Sosa. Señala que fue el tercero de ocho hermanos. El relato se enfoca en su trayectoria deportiva. “Cuando era chico juntaba figuritas de Cassius Clay, era mi ídolo, y un día me dije: ‘Quiero ser como él, voy a ser boxeador’”.

Lleva puesta una remera con la estampa de aquel que sigue siendo su ídolo y recorre con innumerables anécdotas el camino que transitó para cumplir su sueño. “Empecé a boxear a los 13 años en Uruguay, me entrenaba en un gimnasio dedicado exclusivamente al boxeo. Desde principiante, en todas las categorías que pude pelear, salí campeón”.

Sentía que en su país las posibilidades de desarrollarse estaban limitadas y luego de un viaje que hizo a la Argentina, integrando una delegación que representaba al Club de Montevideo, tomó la decisión de emigrar. Esa pelea de la que participó fue en la localidad de Rancagua. Así conoció Pergamino y sintió “una especie de amor a primera vista” con esta ciudad que tiempo después lo acogió.

“Luego de esa primera pelea en Rancagua, que fue en 1971, me fui a San Nicolás, paraba en el Cuartel N° 101 de Infantería. Me veían condiciones y el teniente coronel que estaba en esa época quería que me quedara, que fuera instructor para los soldados, pero yo quería ser boxeador profesional, así que estuve cuatro meses allí y me vine a Pergamino”, continúa.

Como llegar a casa

Al recrear las instancias de su llegada a la ciudad, agradece la predisposición con la que siempre fue recibido: “En Infantería, donde paraba, se encargaron de conseguirme trabajo. Así me fui adaptando, porque era chico, tenía 16 años, y estaba lejos de mi casa y de mi familia”, resalta.

Menciona que cada vez que se acercaba la fecha de vencimiento de su visa, el jefe de la policía lo hacía viajar a su país y regresar unos días después. “Cada noventa días tenía que volver a Uruguay, eso fue así hasta que obtuve la carta de ciudadanía”. Afirma que su inserción en el mercado laboral y la generosidad de la gente de Pergamino siempre lo hicieron sentir “como en casa”.

“Comencé a trabajar en una empresa dedicada a la herrería de obra. Estando en Uruguay yo había incursionado en esa actividad y conocía el oficio. Más tarde ingresé en Lucini, donde me pagaban un sueldo para que me dedicara exclusivamente a entrenar”.

“Después estuve en Iradi y en Tanques Milei, lugares donde me pagaban para que entrenara y me preparara para pelear”, agrega. “Así fui armando mi carrera como boxeador, entrenaba en el Club Comunicaciones y en el Club Argentino, todas las puertas se abrían para que yo pudiera prepararme, nunca me faltaron apoyos”, refiere con un gesto de gratitud.

Las primeras peleas

Describe que sus primeras peleas fueron como amateur en Pergamino y la zona. “En el año 1975 salí campeón en el campeonato trasandino de Mendoza y a los 21 años me hice boxeador profesional”.

“Las primeras catorce peleas las hice en Pergamino y después empecé a salir afuera. Hice 29 peleas y salí invicto. A Cesar Duarte en el Luna Park le gané por nocaut; en Pergamino le gané de nuevo y cuando fui a la casa de él, me dieron la pelea por perdida, así que me sacaron el invicto”, detalla.

Aunque no tuvo un rival histórico, compartió el ring con los más grandes exponentes del boxeo. “Martillo Roldán en el Luna Park me ganó. César Romero también, pero fueron peleas en las que no se dieron revancha. Yo a casi todos los que me ganaron, en la revancha les gané”, refiere. Y precisa: “Como boxeador profesional disputé 115 peleas y perdí solo 11”.

Por el mundo

Muchas peleas fueron en distintas partes del mundo. Aquel uruguayo iba ganando posiciones y en cada encuentro que disputaba o en cada oportunidad que se le presentaba, demostraba que verdaderamente era lo que se decía de él: “El boxeo me dio la posibilidad de viajar mucho y también de conocer a personas importantes. Carlos Monzón me llamó para que colaborara con él en la pelea con Rodrigo Valdez, estuve tres meses con él y fue toda una experiencia”. “En los viajes tuve frente a frente a los que eran mis ídolos. Peleé en Argentina, Estados Unidos, Uruguay y Australia”, agrega.

La más importante

Sin dudarlo, expresa que la pelea más importante fue la que protagonizó por el título del mundo. Fue el 22 de enero de 1988, cuando perdió por puntos con Carlos De León. “Estuve ahí, pero no pude ganarle”, afirma, con el tono de aquellos a los que no les gusta perder. “Fue la pelea de semifondo de Mike Tyson versus Larry Holmes, fue el sueño cumplido haber llegado a Atlantic City, en Las Vegas, en esa época no cualquier boxeador llegaba ahí”.

Con humildad considera que haber llegado a ese nivel fue la resultante de “muchas peleas” y explica: “En el boxeo hay un ranking y yo estuve primero en el de las tres entidades que manejaban las coronas del mundo”. “Siempre lamento no haber podido alcanzar el título mundial, pero todos los demás, los tengo. Gané títulos sudamericanos, latinoamericanos, el de las Américas”, precisa.

Irse y volver

A los 35 años se retiró de la actividad y diez años después volvió a subirse al ring. “Obtuve el título Mundo Hispano a los 45 años”, cuenta, refiriendo que lo motivó su estado físico, y las ganas de alzar un nuevo triunfo. Luego de eso, disputó siete peleas más, empató una, y las otras las ganó. “Después me retiré”, resalta y agrega: “La tarea del boxeador es bastante solitaria y arriba del ring uno está solo con su cuerpo y con su cabeza. Sentí que ya había ganado todo lo que podía ganar y que era tiempo de retirarme”, destaca.

Por fuera de las cuerdas

Cuando dejó de boxear siguió trabajando en el gimnasio que tiene en su casa y jamás se alejó del deporte que es parte de su vida. Desde el año 1990 José María trabaja en el Municipio. “Me jubilé como empleado municipal, pero sigo trabajando, enseño la gimnasia del boxeo en centros comunitarios y otros espacios como el Centro Padre Galli, la Quinta Mastrángelo y el Parque Municipal”, cuenta.

“Cuando ingresé lo hice en Acción Social como chofer. Después fui preceptor en Villa Alicia. También estuve en Bromatología, en el Departamento Antirrábico y en el Corralón Municipal. Más tarde fui inspector de tránsito y después fui convocado para trabajar en la dirección de Deportes y ahí me quedé”, añade.

Su vida familiar

Al hablar de su vida familiar, comenta que durante muchos años estuvo solo. “Vivía en casas de familia, una de ellas fue la de ‘Pichi’ Maneiro, un uruguayo que me quería mucho”.

“A los 33 años me casé por primera vez y tuve tres matrimonios. Hace veinte años estoy casado con Mirta Luna”, cuenta. Y continúa: “Tengo una hija, Macarena, de 31 años que es contadora pública y vive en Italia; y también tengo un hijo del corazón, Elio, de 35 años, hijo de mi segunda esposa. Lleva mi apellido desde sus 6 años y fue quién me hizo abuelo de Jony, mi nieto de 20 años”.

Un reencuentro

Cuenta que va seguido a Uruguay donde viven sus hermanos. “Mis padres ya no viven”, señala. Y, al mencionarlo, casi sobre el final de la entrevista, la charla se abre para dar paso a una historia conmovedora: “Encontré a mi mamá en el programa ‘Gente que busca gente’ después de haber estado 38 años sin verla”.

“Mis padres se habían separado cuando mi hermano más chico era bebé, mi papá se quedó con nosotros y a mi mamá no la habíamos vuelto a ver”, relata. Y prosigue: “Un día fue a casa una asistente social que nos dijo que no podíamos estar tanto tiempo solos, así que fuimos dados a hogares transitorios”.

“Yo fui con una buena familia con la que estuve desde los 5 hasta los 13 años. Recuerdo que me dijeron: ‘Quedate tranquilo que no vas a perder tu nombre ni tu apellido’. Estuve con ellos hasta que en la adolescencia volví con mi papá”.

“Ya siendo boxeador, un día me contactan del programa de televisión que se dedicaba a generar reencuentros. Vinieron a Pergamino, filmaron mis entrenamientos y viajaron conmigo a una pelea en Uruguay. Fueron a buscar a mi mamá a Rocha, donde vivía. Esa noche de la pelea encontré a una hermana que hacía quince años no veía, y un rato después, el plato fuerte, fue que volví a ver a mi mamá”, relata recreando aquella emoción. Después de ese encuentro, pudo sostener un vínculo con su madre. “Ella falleció un año después, así que en ese tiempo que nos regaló la vida, nos mantuvimos comunicados”, señala confesando que conserva la filmación de aquel programa que le permitió sanar parte de su historia.

Con su familia de abrigo también logró reencontrarse. “Los viejos Scioli ya no viven. Ellos tenían tres hijos, dos mujeres y un varón. Nos reencontramos luego de 17 años y estamos en contacto desde entonces”. Ese reencuentro también se lo regaló el boxeo: “La primera vez que pelee en el Luna Park, la pelea se televisaba para todo el país y para Uruguay. Ahí me vieron y me mandaron una carta a Pergamino que decía, ‘Para José María’. Acá todos me conocían y me llegó. Así nos volvimos a encontrar”.

“Son las relaciones de afecto que me dio la vida. Cuando me encuentro con ellos y con mis hermanos, es lindo”, afirma. Es respetuoso de su identidad y de sus raíces. No reniega de nada de lo que vivió. “Yo solo quería ser boxeador”, recalca. “El deporte me hizo quien soy. Boxeando aprendí a leer”, admite y confiesa que de chico había ido solo dos años a la escuela.

“Cuando viajaba, leía. Pero no sabía escribir. Las novias que tuve me enseñaron al dictado, todas fueron un poco mis maestras y no me da vergüenza decirlo”, confiesa. Y enseguida agrega: “Detrás de cada boxeador a menudo hay una historia fuerte. Esta es la mía”.

“Dejé casa, estudio y familia por el boxeo. Hice lo que quise y obtuve recompensa. Llegué a compartir un desayuno en un hotel de Atlantic City con Cassius Clay, mi ídolo de las figuritas, con un traductor de por medio. Fue inolvidable”, concluye, y a los 70 años, vuelve a ser un poco aquel chico que quería ser boxeador y no descansó hasta lograrlo.

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