Cristina Kirchner anunció su candidatura a diputada provincial por la Tercera Sección Electoral. Lo hizo sabiendo que tal vez no llegue a competir. Pero esa no parece ser la cuestión. ¿Por qué sigue insistiendo? ¿Qué busca? ¿Qué hay detrás de una postulación que desafía al sistema, a su partido y hasta al calendario?
No se trata de ganar, se trata de no desaparecer
Cristina no necesita ganar para influir. Ni siquiera necesita competir. Le basta con estar. Nombrarse, anunciarse, provocar. Su sola presencia en la conversación pública ordena a propios y ajenos. El peronismo se acomoda en torno a su sombra; la oposición ajusta su estrategia para enfrentarla —o aprovechar su desgaste—. Ella es el centro del tablero incluso cuando parece estar afuera del juego.
En ese sentido, su candidatura no es electoral. Es identitaria. Es un acto de poder simbólico. Dice: “sigo acá, no me van a jubilar”. No se trata de buscar una banca. Se trata de evitar el vacío. De ocupar la escena. De no retirarse en silencio.
Un escudo político en tiempos de repliegue
Anunciar una candidatura es también una forma de blindarse. Cristina necesita una narrativa que la vuelva ofensiva. Que la saque del lugar de la expresidenta acosada por las causas y la devuelva al rol de líder que todavía moldea el rumbo del país.
Decir “soy candidata” implica desafiar al sistema que la señala, y al mismo tiempo reunir a los propios bajo un objetivo: la defensa de un proyecto político que, guste o no, sigue teniendo representación popular.
La escena, el mito y la amenaza
El anuncio también es una advertencia. Un recordatorio de que Cristina, incluso arrinconada, tiene algo que los demás no: mística. Donde otros hacen cálculo, ella construye relato. Y donde otros especulan, ella dramatiza. La figura de la “proscrita” se activa incluso antes de que ocurra la exclusión formal.
Cada movimiento suyo apunta a alimentar un mito: el de la dirigente perseguida que nunca se rindió. Su aparición en televisión con picos de rating, su irrupción en la campaña en plena crisis económica, su foto con dirigentes todavía leales. Todo suma al guion de una épica que se resiste a morir.
El PJ sin brújula y la estrategia de la sombra
En medio de un peronismo fraccionado, con Kicillof armando por fuera, Massa en silencio y los intendentes desorientados, Cristina reaparece para dejar en claro que aún reparte cartas. Que si hay una lista, será con su bendición. Que si hay una pelea, será con sus reglas.
Su candidatura es también una forma de condicionar: si no puede competir, ¿quién ocupa su lugar? ¿Quién representa ese electorado leal? ¿Quién hereda ese caudal simbólico sin pagar costos? Nadie. Esa es la respuesta implícita. Cristina sigue siendo imprescindible. Aunque no compita. Aunque pierda.