Roberto Calía: una vida marcada por el esfuerzo, la dedicación y la fe
Este conocido mecánico de maquinarias agrícolas repasa su historia con la serenidad de quien sabe que el camino recorrido fue fruto del trabajo y la constancia.
12 de octubre de 2025 - 07:18
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Roberto Ismael Calía, en un alto de la tarea en el taller, recibió a LA OPINION.
LA OPINION
Roberto Ismael Calía, es conocido por todos. Su vida ha estado signada por el esfuerzo y la dedicación puesta en la tarea de forjar su porvenir, y el de los suyos. Vivió sus primeros años de vida en el campo, hasta que debió mudarse a la ciudad para poder asistir a la escuela. “Fui a la escuela N° 53, antes N° 77, del barrio Centenario”, recuerda. Y menciona que al llegar a Pergamino se instaló en la casa de sus abuelos maternos, Antonio Género y Teresa Santoro. “Mis abuelos vivían en el barrio Vicente López. En ese entonces esa zona era todo descampado. Mi abuelo, que trabajaba en la Municipalidad, en su tiempo libre sembraba alfalfa, la cortaba y la vendía para los caballos de las cocherías. También hacía quinta”, relata recreando la época de su infancia.
Sus padres, José Calía y Ana Concepción Género, vivían aún en el campo, en la zona de Rancagua, junto a su hermana Luján, hoy profesora de dibujo y cerámica. “Cuando ella comenzó la escuela, la familia decidió mudarse definitivamente a Pergamino. Mis padres se vinieron del campo y pusieron una carnicería en calle Garay 1609. Ahí viví hasta los 26 años, cuando me casé”.
Los primeros pasos de la vida laboral
Desde los 12 hasta los 15 años trabajó con su padre en la carnicería. Luego ingresó a Talleres Gráficos Pergamino. “Me gustaba el oficio de imprentero y, de hecho, había comprado una máquina para independizarme. Pero me agarró la época del ‘Rodrigazo’ y ese proyecto no se pudo sostener”, recuerda.
“Había comprado una imprenta y la tuve que devolver porque la plata que tenía no me alcanzaba ni para subsistir”, cuenta y admite que de alguna manera, esa frustración lo acercó al mundo que marcaría su destino para siempre: la mecánica.
El oficio que lo acompañó toda la vida
Comenta que cuando regresó del servicio militar, comenzó a trabajar en algunos talleres y más tarde, bajo cuatro chapas, con su papá incursionó por cuenta propia en el mundo de la mecánica del automotor.
“En verdad nadie me enseñó el oficio, pero siempre fui curioso y me gustaba andar entre fierros. Arranqué con autos y después empecé a arreglar tractores y maquinaria agrícola, lo que se transformó desde entonces en mi actividad laboral”, señala.
Su aprendizaje continuó en la agencia John Deere, “J. R. Iglesias”, donde trabajó durante tres años. “Ahí sí pude hacer muchos cursos que nos proporcionaba el concesionario. Fue en 1980, cuando llegaron las primeras cosechadoras. Fue un camino de ida para mí, porque comencé a dedicarme de lleno a eso”.
Luego se incorporó a Grandilo, en Manuel Ocampo. “Allí estuve diez años. Administraba cinco cosechadoras. Jorge López fue una excelente persona. Si esa empresa volviera a abrir sus puertas, volvería sin dudar”, menciona.
El taller propio
En 1992 abrió su propio taller en Solís 1650, justo enfrente de su casa. “Arranqué y nunca dejé de trabajar. En la parte de cosechadoras fuimos un referente importante. Después anexamos venta de tractores y cosechadoras, pero no como concesionarios oficiales, sino por nuestra cuenta”, refiere haciendo el recorrido por un largo camino.
El taller creció con los años, cambió de lugar y fue ampliándose para abarcar diferentes rubros, siempre dentro de lo que concierne a la reparación de maquinaria. Sus hijos siguieron sus pasos, y junto a Roberto lograron consolidar una empresa que es referencia para clientes de una amplia zona.
“Mis hijos siempre trabajaron conmigo y los empleados que tenemos, son parte de nuestra familia”, sostiene Roberto comentando que los clientes son “productores agropecuarios”.
“Atendemos clientes de muchos lugares, de Pergamino, la zona, e incluso de lugares más alejados como Chaco o Santiago del Estero. Hacemos reparaciones y venta de repuestos, hemos armado ‘un lindo circo’ pero estamos organizados”, acota.
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12-10-2025 10:19
Embed - Diario LA OPINION on Instagram: " Una vida entre fierros, esfuerzo y gratitud A sus 71 años, Roberto Ismael Calía repasa su historia con orgullo. Nacido en el campo, aprendió desde chico el valor del trabajo y la constancia. De la carnicería familiar pasó a descubrir su verdadera pasión: la mecánica de maquinarias agrícolas. Con el tiempo, fundó su propio taller —que hoy dirige junto a sus hijos— y se convirtió en referente para productores de toda la región. Superó duras pruebas, entre ellas la pérdida de su esposa y un ACV, pero nunca perdió la fe ni las ganas de seguir adelante. Hoy, disfruta del presente, agradecido por lo vivido, acompañado por su familia y por su amor al trabajo. Una historia de esfuerzo, superación y gratitud. Lee la nota completa en www.laopinionline.ar"
Con orgullo, considera que “el boca en boca” ha sido para él la mejor propaganda. “Tenemos muchos clientes, atendemos estancias grandes. Siempre cumplimos con ellos y eso es un reaseguro para la permanencia en una actividad que va cambiando mucho con el paso del tiempo”, expresa. Y recuerda los comienzos: “Nacimos como taller mecánico ‘Betito’, cuando mi hijo mayor era pequeño. Más tarde, cuando ya había nacido el más chico, anexamos la parte de camiones y fuimos, ‘Rofer’, y en la actualidad somos una S.R.L”.
“Me da mucha tranquilidad que los chicos hayan tomado la posta, y que podamos estar juntos. Jamás nos faltó el trabajo, supimos agiornarnos para seguir brindando buenos servicios, en el contexto de los cambios tecnológicos. Yo hasta la computadora llegué, y después ya siguieron innovando ellos”, comenta en un relato en el que el esfuerzo y la dedicación han sido siempre una consigna. “Hoy el taller funciona en Barrancas del Paraná al 2000. Nos sacrificamos mucho, pero el esfuerzo rindió frutos”.
La familia y duras pruebas
Roberto se casó con Olga Inés Leiva, con quien compartió 38 años de matrimonio. “Ella falleció hace seis años, a causa de una Epoc. Fue muy difícil”, confiesa conmovido por lo que les tocó afrontar. “En una semana, la perdimos”, agrega.
Es padre de dos hijos: Roberto, en pareja con Daniela Fretes; y Fernando, con Florencia Zapata. También es abuelo de Simón y Charo. Un tiempo después de haber perdido a su esposa, la vida volvió a darle una oportunidad. Comenzó una relación con Graciela Ferrando, quien también era viuda y a quien conocía del barrio desde hacía muchos años. “Nunca habíamos cruzado más que un saludo, y en un momento coincidimos y nos encontramos. Compartimos la vida desde entonces y ella fue vital cuando el que tuvo que pasar una situación difícil de salud, fui yo”.
“Ya viviendo con Graciela, un día me sentí mal. Estábamos almorzando y no coordinaba palabras. Sufrí un ACV, me llevaron a la clínica y no recuerdo nada de lo que sucedió hasta seis días después que volví de despertarme”, relata.
“Eso que me pasó, me obligó a detenerme. Yo vivía para trabajar y después del ACV había quedado como una criatura recién nacida. Graciela fue vital para mí, lo mismo que los chicos”.
“Yo era un hombre que lo único que hacía era trabajar, y de golpe me vi imposibilitado hasta de poder moverme. Me aferré a la fe e hice todo para volver a estar bien”.
La superación y el presente
Devoto del Gauchito Gil, asegura que el día que despertó en la clínica sintió su presencia junto a la cama. “Supongo que me ayudó, y junto a mi fuerza de voluntad y la rehabilitación, pude recuperarme”.
Hoy, a otro ritmo, pero manteniendo su actividad en el taller todos los días, Roberto disfruta del presente. Todo lo vivido lo ha ayudado a poner en valor las pequeñas cosas y a valorar mucho la salud. “Vivimos en la zona del Aeroclub, así que cuando no estoy en el taller, me gusta quedarme en la quinta, cortando el pasto y descansando un poco”, refiere este hombre al que también le gusta viajar y lo hace cada vez que puede. “Todos los años voy a visitar al Gauchito Gil, ese será seguro mi próximo viaje”.
“Tengo un motor home, que usamos para andar de paseo. Hace unos días me fui con el nieto a pescar”, cuenta, agradecido. La gratitud es un sentimiento que lo acompaña. Expresa esa emoción en el diálogo y en los silencios. Al hacer un recorrido por su biografía, el agradecimiento aparece como una constante. “De no tener nada, a lo que hicimos, solo me queda estar agradecido”, resume. Y en el terreno de los anhelos, confiesa que solo ansía “tener salud para seguir viviendo unos años más y ver a mi nieta cumplir sus 15 años”.
Esa aspiración y el afecto de los suyos, sostienen su presente y delinean el modo en que imagina el porvenir, sin grandilocuencias, sin ambiciones estériles, simplemente, disfrutando de los frutos de su siembra. Su historia es un ejemplo de esfuerzo, gratitud y resiliencia. “Realmente me he sacrificado mucho, pero siento que valió la pena”, concluye. Y cuando lo dice, su testimonio se funde en el legado que ha sabido dejar a los suyos, hecho trabajo.