Mario Oscar García: alguien que supo construir su propósito y hacer lo que se propuso
Fue jugador de fútbol en Douglas Haig. Quería ser tornero mecánico y aunque abandonó sus estudios, aprendió el oficio metalúrgico trabajando.
1 de junio de 2025 - 07:18
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“El gallego” Mario Oscar García, dueño de una rica historia de vida.
LA OPINION
Mario Oscar García, “el gallego” tiene 82 años, nació en Pergamino el 29 de julio de 1942, y creció en el barrio Acevedo, a una cuadra de la vieja cancha de Douglas. “Vivíamos en calle Sarmiento 890”, refiere en el comienzo de la charla y habla de sus padres, José y Angela, y de su hermana Mabel.
Guarda hermosos recuerdos de su infancia. Fue a la Escuela N° 4: “Empecé en la escuela vieja y luego al edificio en el que funciona actualmente. Aún recuerdo el día de la inauguración”, señala.
La cercanía a la “vieja cancha de Douglas” y su pasión por el fútbol, lo transformaron en jugador a edad temprana. “Me inicié en lo que hoy sería el fútbol infantil, antes era por divisiones, comenzabas en la sexta e ibas subiendo. Yo empecé a los 10 años y dejé de jugar a los 28, a los 17 años, ya jugaba en la primera división de Douglas”.
“La cancha de Douglas era lo mejor que tenía el barrio. Era lo más lindo que había”, resalta y recreando sus épocas como jugador menciona que salvo de arquero, pasó por todas las posiciones dentro del campo de juego.
“El fútbol era muy distinto a como es hoy. Antes había descampado, era potrero, y allí se aprendía muchísimo. La preparación física no tenía nada que ver a la de hoy, ahora los jugadores son atletas. Ahora practican todos los días, incluso el día que juegan. Nosotros íbamos los martes, jueves y el domingo jugábamos”, describe.
A los 28 años un conflicto que hubo motivó que dos o tres jugadores dejaran de jugar al fútbol. “Me vinieron a buscar de Provincial y fui, tres meses duré, porque mi corazón estaba en Douglas”, señala.
“Jugaba en tercera de entrada, nos toca un partido en cancha de Douglas. De ‘wing’ izquierdo Douglas puso a uno de mis amigos, ‘el ratón’ Rodríguez, al que le gustaba mucho cargar, cuando entramos me dijo: ‘Hoy te voy a dar un baile, no dije nada, pero no toco una pelota’. Después de ese partido no jugué más, porque no lo sentía, no me entusiasmaba. Me daba lo mismo, era distinto a jugar en Douglas, mi corazón estaba ah, donde yo me había criado”, relata y recuerda que jugando en la sexta división quien le enseñó a jugar al fútbol fue Gaudencio Fanjul, “un hombre que había venido de Santa Fe a jugar a la primera”.
“No sentía otra camiseta que no fuera la del rojinegro”, resalta. Y comenta que, siendo jugador de Douglas, durante varios años integró el Seleccionado de Pergamino. “En la selección estuve desde los 18 años hasta los 28”, refiere sin hacer una evaluación de su desempeño que a la luz de la permanencia y de lo que cuentan las crónicas de su tiempo, sin lugar a dudas, lo tiene entre los buenos exponentes del deporte local.
En una oportunidad con Juan Echecopar nos fuimos a probar a Estudiantes de La Plata. “Hubiera tenido la posibilidad de quedarme, porque me fue bien en la prueba que me tomaron, pero yo ya estaba establecido en Pergamino y no quise irme”, comenta y con convicción afirma que jamás se arrepintió de esa determinación que tomó, a pesar de lo que hubiera representado llegar a jugar en otra escala del deporte.
Ya retirado de la actividad deportiva, por su pertenencia a la institución, fue convocado para hacerse cargo de la pileta del Club. “Miguel Morales, que era presidente del Club, me llamó y no dudé en aceptar ese desafío. Me sorprendió el ofrecimiento. Lo llamó también a Pascual Cáceres y a “zapatito” Avila, ambos muy amigos. La inauguramos nosotros con Enrique Marconato como profesor”, cuenta y señala que durante diez años trabajaron juntos en el manejo de la pileta del club: “La mejor de Pergamino, sin dudas”.
El oficio metalúrgico
Al egresar de la Escuela N° 4, fue al Colegio Industrial. “Fui para ser tornero, hice los tres primeros años, pero jugaba en primera división y el fútbol me gustaba más que estudiar, así que le dije a mi papá que me quería dedicar a jugar al fútbol. Accedió a que dejara de ir al Industrial, pero esa misma tarde me llevó a un taller para que empezara a trabajar”, cuenta. Así fue que entró al taller Elizalde Conti, dedicado a la reparación de sembradoras y cabinas de tractores. “Ellos tenían un torno grande, así que de alguna manera me introduje en un ámbito vinculado a lo que a mi me gustaba que era la tornería”, refiere.
“Ahí conocí al tornero que estaba, un hombre excepcional, Gino Tealdi, que me enseñó mucho”, agrega y reconoce que cuando comenzó a trabajar “no sabía cómo se prendía el torno”.
Estuvo en el taller hasta que cerró: “Un día llegamos y el taller había cerrado. A media cuadra estaba Marconato hermanos que hacía máquinas de construcción. Se acerca uno de los dueños y me preguntó si quería ir a trabajar con ellos. Me vino muy bien ese ofrecimiento, así que estuve solo una mañana sin trabajar. Me inicié como oficial múltiple y llegué a capataz general”, abunda. Y prosigue: “En una oportunidad trajeron una fresadora y un fresador de Buenos Aires que sabía mucho. Yo lo miraba y aprendía de lo que él hacía. Cuando esta persona se fue, me preguntaron si me animaba a realizar su tarea. Les dije que sí, pero les pedí que me compraran un libro para poder aprender. Comencé a leer, investigué un poco y comencé a usarla, me designaron supervisor de cuarta categoría y luego fui capataz”. Trabajó en la industria metalúrgica hasta que todo se derrumbó en esa actividad económica.
El almacén, parte de su historia
“A los dos años de haber entrado a trabajar en el taller de Elizalde y Conti había comprado un almacén en el barrio Acevedo, así que cuando dejé el taller con mi esposa nos abocamos de lleno al negocio”.
“Hasta ese momento lo habían atendido mis padres, en verdad mi madre y mi padre se encargaba de las compras. Yo lo había comprado con la intención de que mi papá dejara su oficio de lechero porque era una actividad muy sacrificada que lo obligaba a arrancar todos los días a las cuatro de la madrugada y salía a repartir en una jardinera que tiene su historia, porque era la misma que cuando jugábamos al fútbol usábamos para ir hasta la cancha de Sports que nos quedaba lejos”, cuenta.
“Cuando dejé la metalúrgica me quedé en el almacén”, menciona y recuerda esa charla de despedida que mantuvo con su patrón: “Le aclaré que iba a dedicarme a lo mío, que no me iba a ningún taller”, refiere y recuerda que durante un mes asistió media jornada para enseñarle la tarea a quien lo reemplazó.
El almacén se transformó en un supermercado, “García” era el nombre comercial y tuvo una clientela muy fiel. “Yo viajaba y mi esposa se quedaba en el negocio. Lo fuimos agrandando y lo transformamos en un supermercado chico, pero con todo lo necesario, ya que vendíamos productos de almacén, verdulería y carnicería”, describe.
Trabajó incansablemente junto a su esposa. Aún recuerda las largas jornadas. “Durante todos esos años casi no conocía el barrio Centenario en el que vivimos porque nos íbamos muy temprano a la mañana y regresábamos muy tarde a la noche para organizar la actividad del día siguiente”.
Vendió el negocio hace diez años. “Ya estábamos jubilados y también un poco acobardados. Habíamos sufrido diez robos y varias crisis y además estábamos grandes ya”. “Era mucho para mí y mucho para ella”, expresa, mirando a su compañera de vida.
Su familia
“El gallego” y Mirta están juntos desde que eran muy jóvenes. “Nos conocimos cuando ella cumplió 15 años. “Su hermano jugaba conmigo al fútbol”, señala. “Estuvimos de novios seis años hasta que terminamos esta casa en la que vivimos”, agrega. Y recuerda las tardes que juntos preparaban los materiales que los albañiles utilizaban para avanzar en la construcción cada fin de semana.
“Fueron años de un sacrificio enorme, pero había un horizonte y podíamos progresar”, reflexiona. Tienen dos hijos: Fabio (54), viudo de Nora García; y Juan Pablo (48), soltero. Son abuelos de: Melina (30), en pareja con Santiago Abdala, y Marisic (28) que es profesora de educación física. “Hace dos meses nos convertimos en bisabuelos con la llegada de Rufina, hija de nuestra nieta mayor. Vivimos para ella”, resalta, conmovido.
El disfrute de las pequeñas cosas
Cuando dejó de trabajar supo abrir esa puerta que propone el disfrute. “Estaba muy cansado cuando dejé el supermercado”, reconoce y confiesa que aún sin rutina laboral es una persona a la que le gusta mantenerse activa. “Me gusta hacer de todo, pero obviamente que a mi edad, hago lo que puedo”.
“Me gusta mucho irme a pescar, empecé con mi cuñado y voy seguido a distintos lugares. Tengo un grupo con el que comparto esa pasión: Beto García, Luis Antonini y Raúl son mis compañeros de pesca”.
“También tengo una peña, ‘el taca’, después del fútbol, esa peña y la pesca son lo mejor que hay”, destaca. “Me llevó mi vecino hace tres años y desde ese día voy todos los viernes, somos diez o doce”, describe. Se lleva bien con el paso del tiempo y elige rutinas sencillas. Cuando la pregunta lo interroga sobre aquello que aún le resta por hacer, afirma convencido: “Nada, en la vida hice lo que quise dentro de mis posibilidades”.
En retrospectiva
Cuando mira hacia atrás, ve la vida vivida y descubre que ha tenido la fortuna de elegir. También de haberse marcado propósitos y trabajar duro para alcanzar cada meta. “Me di todos los gustos, obré bien y soy un hombre de fe”, refiere.
Sobre el final, cuando la reflexión lo invita a pensar en Dios, y a imaginar aquello que le pediría, su respuesta es concluyente: “Lo que le tenía que pedir, ya se lo pedí, quería ver a mi bisnieta y aquí está para disfrutarla”. “Todo lo demás ya está hecho”, abunda con serenidad y un gesto de gratitud. Y en el tono del fin de la entrevista irrumpe la mirada genuina que refleja el sentir de un hombre que simplemente está a mano y en paz con la vida.
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01-06-2025 09:29
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