lunes 03 de noviembre de 2025

Manuel Lolo: intuición, trabajo y esfuerzo lo hicieron un referente indiscutido de la avicultura

Junto a sus hermanos, teniendo 15 años montó la primera planta incubadora de huevos de Pergamino. Ese emprendimiento creció hasta transformarse en uno de los establecimientos más importantes del rubro.

2 de noviembre de 2025 - 07:18

La memoria de Manuel Celedonio Lolo conserva recuerdos de la vida del campo, cuando en las chacras se realizaban todo tipo de tareas y la tecnificación era la que existía en su época. Y también, postales del centro de la ciudad cuando la gente circulaba en carros o mateos. En esa mixtura, construyó su identidad y forjó su oficio de avicultor. Tiene 81 años y una lucidez admirable. Es honesto en el decir y concreto en sus definiciones. Sabe leer la historia y la vida y observar la realidad bajo el prisma de la experiencia, sin pedantería.

Recibe a LA OPINION en la intimidad de su casa, el mismo lugar desde el que trabaja en la comercialización de huevos. En la mesa del comedor que se tiende para los suyos, transcurre la conversación. Cuenta que nació el 20 de marzo de 1944 en la zona rural de Arroyo Dulce, a diez kilómetros del pueblo. Sus padres fueron Celedonio y Cecilia; y los tíos con los que vivía en la chacra: Eugenia y Rafael Lolo. Sus hermanos fueron Luis Angel y Jorge Walter.

“Vivíamos en la zona hoy conocida como ‘el puente de Lolo’, era hermosa la vida en el campo, compartíamos con nuestros vecinos y nos juntábamos los días de carneada”, recuerda, reconociendo que desde muy chico el campo le enseñó que no había otro camino que el trabajo.

“El campo se enseña a trabajar, aunque no quieras o no tengas la obligación de hacerlo. No teníamos la posibilidad de decir ‘Papá, cómprame un caramelo en el kiosco, porque no había y el almacén más cercano estaba a diez kilómetros’, describe.

Fue a la Escuela N° 26 que se había construido en 1951. Con orgullo, refiere que su papá era la persona encargada de monitorear las construcciones de establecimientos educativos que por ley debían estar separadas una de otra de una determinada distancia. “Aún guardo la foto de la inauguración de la Escuela de Rancagua, acompañando a mi papá, teniendo apenas 5 años”.

Al terminar la primaria, siguiendo los pasos de sus hermanos, se mudó a una pensión en Pergamino, ubicada a media cuadra del Banco Provincia, para estudiar en el Comercial. “Pero no me adapté, y regresé al campo”.

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Embed - Diario LA OPINION on Instagram: "A los 15 años, junto a sus hermanos, Manuel Celedonio Lolo montó la primera planta incubadora de huevos de Pergamino. Ese pequeño emprendimiento familiar creció hasta convertirse en uno de los establecimientos más importantes del rubro avícola. Hoy, con 81 años, sigue en actividad, con la misma energía y humildad que lo acompañaron toda la vida. Su historia refleja el valor del esfuerzo, la familia y el trabajo honesto como pilares del progreso. Lee la nota completa en www.laopinionline.ar #HistoriasDeVida #Pergamino #TrabajoYEsfuerzo #OrgulloLocal #Avicultura #EmprendedoresArgentinos"

Pioneros en la avicultura

A los 15 años, junto a sus hermanos, comenzó a incursionar en la que fue su actividad para siempre: la avicultura. “Compramos una incubadora de 525 huevos a kerosene y comenzamos a criar pollitos en el campo. Hicimos un galpón y aprendimos”, relata. Al poco tiempo decidieron instalar una planta de incubación en Pergamino. “Compramos una incubadora de 30 mil huevos. Fuimos la primera que hubo en Pergamino, funcionábamos en Dr. Alem y Dorrego, justo en la esquina. Era el año 1960, y en esa época por el centro de la ciudad la gente se movilizaba en carros o mateos y las calles eran empedradas”.

“A los dos o tres años, nos mudamos a calle Alsina 216. Yo estaba por cumplir 20 años y me tocó desarmar y volver a armar la planta de incubación. Ese inmueble tenía además una casa, así que allí nos establecimos, ya con más comodidades. Donde estábamos antes, dormíamos en la planta, y cada vez que nacían los pollitos nos caía en la cabeza esa pelusita que largan”, recuerda.

Trabajaron sin descanso. “Ese año vino el furor del pollo parrillero, teníamos quienes nos proveían huevos para incubar, así que teníamos buena cantidad de pollos que te sacaban de las manos. Fuimos pioneros en Pergamino, en esa escala de actividad. Compramos dos incubadoras así que incubábamos más de diez mil huevos. Logramos comprar la locación en la que funcionábamos y dos vehículos. Fueron años de mucho crecimiento”.

“A principios del año siguiente hicimos una planta de incubación nueva y agregamos 60 mil huevos más, llegamos a incubar 100 mil huevos mensuales”, relata en una cronología minuciosa. Por entonces, los clientes eran criaderos chicos y forrajerías de la zona. El mismo viajaba llevando los pollitos. “Andaba por todos lados, comercializábamos en una amplia zona”.

En calle Alsina, la planta funcionó hasta 1973. A su vez, en 1969, construyeron galpones para tener su propia producción de huevos y fueron orientando el negocio hacia ponedoras y se especializaron en la postura. “Eramos distribuidores de pollitas ponedoras de Dekalb, teníamos una relación muy fluida y de mucha confianza. En 1967 nos expandimos en infraestructura y llegamos a tener galpón con capacidad para 11 mil ponedoras”.

Diversificación y desafíos

La avicultura comenzó a cambiar con la aparición de integraciones y nuevas tecnologías. “Hoy está todo tecnificado, pero nosotros tuvimos que aprender a hacer todo desde cero”, dice, rescatando que siempre fueron “futuristas” y proclives a adoptar los avances para mejorar la actividad comercial.

La sociedad con sus hermanos siempre fluyó en armonía. “Nos llevamos muy bien, teníamos muy claro lo que queríamos hacer y no le esquivábamos a trabajar y asumir desafíos”, señala, comentando que esa sociedad de tres, con el tiempo fue cambiando: “El mayor se fue a vivir a Ramallo. El del medio y yo seguimos juntos. En el año 1966, 1967 quedamos los dos solos, trabajamos en sociedad hasta 1986, en que nos dividimos y nos quedamos con un galpón cada uno. En 1993 le compré la parte y seguí solo, tenía 30 mil ponedoras. En 2004, me fundí”, describe. Y recuerda que el primer sello comercial fue “Avícola Los Patos” y luego, “Avícola Don Manuel”.

A la par de la actividad laboral, durante cuatro años integró la comisión directiva de la Cámara de Comercio de Pergamino, durante la gestión de Roberto Jure. “Fue una buena experiencia, representé al sector avícola en ese espacio”, añade.

Enfrentar la adversidad con entereza

Reconoce que atravesar esa situación financiera difícil con su emprendimiento, no fue sencillo. Sin embargo, nunca se amedrentó. “Dios nunca te abandona y pude honrar las deudas cuando se vendió el campo. La quiebra no fue fácil, pero había que sortear ese momento. Pagué las deudas, no perdí la casa que habíamos tardado diez años en construir a pulmón, y pude mantener la venta y distribución de huevos que es a lo que me dedico en la actualidad”, señala.

“Pude salir adelante porque tenía conmigo las herramientas que me había dado la vida”, reflexiona.

Su mejor construcción

En varios momentos de la conversación, Manuel habla de la solidez de su familia, anclada en la unión como elemento imprescindible. Cuenta que en enero de 1975 se casó con María Rosa Marchetto, oriunda de Rojas, a quien había conocido en un baile de pueblo. Tuvieron cuatro hijos: Julieta, casada con Walter Alfonso; Juan Manuel, casado con Vanesa Galli; Albertina, casada con Juan José Lestussi; y Joana, soltera.

“De muchacho íbamos a Hunter o al balneario La Ernestina, los lugares que estaban de moda. En un baile conocí a María Rosa, nos pusimos de novios y nos casamos. Ella fue ama de casa y se dedicó a los chicos. Su presencia fue clave para tener la familia que tenemos, tan unida”, expresa.

Su esposa falleció en 2003 a causa de una enfermedad oncológica. Su hija menor tenía 8 años cuando eso ocurrió y Manuel, 54 años. “Fue un golpe duro. Los chicos me acompañaron mucho. Siempre fuimos muy unidos y eso nos sostuvo”, dice y cuando hace esa apreciación la mirada se extiende por la mesa preparada siempre para recibirlos: “Construimos esta mesa para doce y somos quince, con la llegada de yernos, nueras y nietos, se fue ampliando. Siempre hay lugar para todos acá”. Actualmente, Manuel está en pareja con Graciela, aunque no conviven. Su vida familiar continúa siendo un pilar central.

“Soy abuelo de siete nietos a los que adoro: Juan Ignacio, Juan Cruz, Manuel, Bautista, Santiago, Milagros y Tomás”, recalca y confiesa que siente una profunda emoción cada vez que lo llaman para invitarlo a ver juntos una carrera de turismo carretera. Amante del automovilismo, de los viajes y del tiempo compartido en familia, es consciente que ese núcleo afectivo, ha sido y es su principal tesoro y la mejor recompensa.

En su horizonte, la felicidad de ellos es su anhelo. En lo personal no hay sueños que queden por cumplir. Con 81 años sabe vivir el presente. Disfruta de la vida con energía y determinación. Cuida su salud y se mantiene activo. Reconoce que “el tiempo va más rápido de lo que uno piensa”, pero asume ese transcurrir con serenidad. “Yo siempre digo que después de los 65 por cada año que cumplis te cargan dos en la cuenta”, bromea. Y su sonrisa muestra la plenitud de alguien que vivió siempre fiel a sus convicciones, sin traicionarse.

Con esa calma, sabe que generacionalmente ha sido testigo y protagonista de grandes cambios, en el modo de trabajar y de vivir. Y transitó el camino honestamente, sin tomar atajos. Desde esa perspectiva, es agradecido: “En mi época era muy difícil planificar la vida. El que estudiaba tenía un camino más claro, pero el que no, tenía que armarse el camino trabajando. Yo tuve la suerte de nacer en la familia que nací, y de tener a mano herramientas para aprender. Me valí de ellas, y todo lo demás, me lo enseñó la vida, el meterme y el tener interés por lo que hacía”, destaca sobre el final. Y esa apreciación es quizás, la síntesis de su esencia, la enseñanza y el legado.

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