En Argentina la casta contraataca: Ante la sorpresa del mundo —y es correcto decir literalmente el mundo— Javier Milei emergió como uno de los mayores fenómenos antisistema de los últimos tiempos. Su elección como presidente, su discurso incendiario, su simbología rupturista, su desprecio por las formas: todo lo convirtió en una criatura de la antipolítica.
Y sin embargo, desde el mismo instante en que asumió, fue inexorablemente tragado por aquello que prometía destruir: la casta.
Porque eso es lo que ocurre cuando se gobierna. No hay manera de presidir sin recursos públicos, sin habitar en una residencia oficial, sin moverse en aviones financiados por el Estado, sin equipos, sin partidas, sin estructura. La paradoja es cruel: la batalla cultural que Milei proclamó necesita de las instituciones que desprecia. Su prédica depende de la maquinaria que condena.
Pero digamos que eso no importa. Que hay que entenderlo como metáfora. Que el plan era destruir la casta desde adentro. Que Milei es, en verdad, un caballo de Troya.
El plan era otro. El plan se desvió.
Durante los primeros meses, aún con sus excesos verbales, el Presidente se mantuvo firme en su narrativa: no al Banco Central (aunque no lo cerró), sí a la lucha contra la inflación (aunque la caída del consumo preocupa), sí a la eficiencia estatal (aunque no vendió Aerolíneas pero la hizo superavitaria), sí al orden macroeconómico (aunque el ajuste genera despidos). Hay una lógica ahí: los objetivos se sostienen, aunque los medios se adapten.
Sin embargo, hay una grieta en esa coraza ideológica: la política real. Y ahí es donde el caballo de Troya se detuvo en la puerta.
La prueba de fuego fue la provincia de Buenos Aires. En lugar de una revolución liberal-libertaria, apareció el reparto clásico de siempre. Las listas se armaron como se armaron toda la vida: a los codazos, con rosca, con sellos, con “entrables”, con promesas. Y lo que es peor: sin vocación de respeto por las culturas políticas locales, sin integración de verdaderos outsiders, sin batalla. En ciudades como Pergamino, Junín, 9 de Julio o Tandil, lo que se vivió fue un avasallamiento, una imposición desde el AMBA que parece desconocer la historia de cada distrito.
La casta está adentro
Es ahí donde el proyecto empieza a tambalear. Porque Milei podrá no ser casta. Pero la casta que lo rodea sí lo es. Y peor aún: se parece cada día más a aquella que juró combatir. Sin principios, sin arraigo, sin lealtades locales. La política convertida en botín.
Delegar en su hermana el armado territorial quizás haya sido un gesto de confianza personal. Pero en términos institucionales fue la rendición de su proyecto cultural. No hubo vocación de cambiar la forma de construir poder. Se eligió la comodidad de los arreglos. Se celebró, incluso, la pornografía de la casta.
La unica debilidad del plan económico
Y esa puede ser la verdadera trampa: si la política sigue secuestrada por el modo casta, el programa económico libertario —por más coherente que intente ser— no tendrá quién lo defienda. El talón de Aquiles no será Cristina, ni los sindicatos, ni el Congreso. Será su propio equipo, su propia lista, su propia estructura.