Durante la mañana del pasado jueves, cientos de vecinos de Pergamino recibieron por WhatsApp un mensaje inquietante. La imagen mostraba un supuesto cartel dejado en los parabrisas de autos mal estacionados, con la advertencia: “Vehículo en infracción, usted estacionó mal”. Debajo, un código QR y una frase: “Para ver su multa escanee el código QR”.
El mensaje estaba acompañado por una advertencia: al escanear el código, los estafadores podrían acceder a la información privada del teléfono celular, incluyendo datos bancarios, correos electrónicos y otras cuentas personales. La cadena se multiplicó con velocidad, en grupos familiares, chats de vecinos y redes sociales. Pergamino amaneció alarmado.
Pero la noticia no era nueva, ni era local, ni era real en los términos en que circuló. El cartel lleva años dando vueltas por distintas ciudades del mundo, sin denuncias formales que acrediten su existencia sistemática como modalidad delictiva. Aun así, el efecto fue inmediato.
El miedo y la necesidad de advertir
La velocidad con la que circuló la información es una muestra clara del funcionamiento emocional de las redes sociales y los entornos digitales. Cuando el miedo aparece, muchas veces se impone a la verdad. En un contexto donde todos tenemos acceso a un dispositivo, el impulso de compartir una advertencia puede más que el ejercicio mínimo de verificación.
Ese impulso tiene un origen noble: proteger. Alguien recibe una alerta y la reenvía “por las dudas”, con la idea de ayudar a otros a evitar un engaño. Pero, al hacerlo sin confirmar su veracidad, lo que produce no es prevención, sino ruido, confusión y desconfianza. Lo vimos muchas veces, y en particular durante los momentos más caóticos de la pandemia, donde los audios, cadenas y Fake News generaron más ansiedad que certezas.
Como dijo en ese entonces el concejal Matías Villeta, en plena circulación de las falsedades informativas: “Es responsable el que inventa una noticia falsa, pero es igualmente culpable el que la reenvía creyendo que no aporta nada en el camino”. La frase sigue vigente.
La pérdida de autoridad de las fuentes confiables
En paralelo a esta lógica viral, vivimos un tiempo en el que la autoridad de los medios tradicionales está en disputa. Durante décadas, la idea de “estar informado” implicaba leer un diario, ver un noticiero, escuchar una radio confiable. Hoy, para muchos, lo primero que circula en WhatsApp tiene más peso que cualquier desmentida oficial o verificación periodística.
Esa pérdida de autoridad de las fuentes confiables no solo genera una sociedad más expuesta a la desinformación, sino que debilita los consensos básicos sobre qué es un hecho, qué es una opinión, y qué directamente es una mentira.
Verificar, contrastar, informar: el trabajo silencioso del periodismo
En este contexto, desde La Opinión asumimos con claridad y decisión nuestro rol: verificar la información antes de publicarla, confirmar las fuentes, consultar con las autoridades, descartar lo que no se sostiene. A veces, eso lleva minutos. Otras veces, lleva horas. Pero no es un detalle menor: es nuestra responsabilidad profesional e institucional.
Sostener ese trabajo implica tener un equipo, sostener tecnología, responder a los lectores, rendir cuentas. Informar no es reenviar. Informar es un proceso.
Por eso, cuando ocurre un episodio como el de este jueves, creemos necesario recordar que la información confiable no es una mercancía más en el mercado del algoritmo. Es una herramienta de ciudadanía. Es un derecho.
Por ejemplo, el diario Página/12 tituló en el día de ayer: “Zárate y Pergamino bajo el agua...”. En el cuerpo de la nota, sin embargo, ni siquiera se menciona a la ciudad de Pergamino. El uso del nombre en el título, completamente descontextualizado, exhibe un nivel de irresponsabilidad periodística alarmante, sobre todo en un contexto donde la ansiedad social crece tan rápido como el caudal de los ríos. Este tipo de enfoques no solo distorsionan la realidad, sino que alimentan un ciclo donde el miedo, el clic y el impacto valen más que los hechos concretos.
Antes de reenviar, pensar
Lo que se compartió en Pergamino no fue una estafa, sino una imagen vieja, desconectada del contexto local, que logró —aun así— instalar miedo y generar desconfianza. No fue la primera vez que pasó. No será la última.
Pero podemos aprender algo: cuando una noticia llega y alarma, conviene detenerse. Verificar. Consultar. Preguntar. Y recién entonces, decidir qué hacer con ella. Porque reenviar también es tomar posición. Y, como ciudadanos, no podemos ser parte de la cadena del miedo.