Antonio Casih: el chofer que llevó a la escuela a generaciones de pergaminenses
Con 68 años, es dueño de una de esas historias de vida que se escriben en el andar, sobre ruedas, entre pasajeros, lugares y anécdotas. Su vida ha estado atravesada por su vocación de trabajo.
19 de octubre de 2025 - 07:18
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Antonio Casih, en un cálido diálogo mantenido con LA OPINION.
LA OPINION
Antonio ‘Tony’ Casih nació en Pergamino. En diciembre cumplirá 69 años y h asta sus 14 vivió en el corazón del barrio Acevedo, en Paraguay y Ameghino, donde sus padres tenían un viejo almacén de ramos generales. “Hasta maíz vendían y tenían despacho de bebidas”, recuerda, con gratitud. “Mi padre fue Salim y mi mamá, Emilia".
El padre era sirio libanés y la madre, argentina con raíces sirias. "Ellos me adoptaron siendo un bebé; me trajeron de Córdoba. Me enteré de eso siendo adolescente, pero sinceramente jamás me interesé por conocer mi origen biológico. Mis padres fueron ellos, y me dieron todo el amor del mundo. Soy la persona que soy gracias a ellos. Sé que mi mamá había perdido dos embarazos y que ansiaba tener un hijo. Y también, que mi madre biológica trabajaba en el servicio doméstico y no podía cuidarme, es todo lo que sé. Y cuando lo supe lo que me contaban me parecía un sueño, como que no era mi historia, porque mis padres fueron los que tuve, a los que amé profundamente”, relata, de manera honesta.
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19-10-2025 09:15
Embed - Diario LA OPINION on Instagram: "Con 68 años, Antonio “Tony” Casih es mucho más que un chofer: es parte de la historia viva de Pergamino. Desde su infancia en el barrio Acevedo hasta hoy, su vida estuvo marcada por el trabajo, la responsabilidad y el buen trato. Comenzó como maletero en el Hotel Fenicia, trabajó en la textil Filus —donde conoció al amor de su vida, Ana— y encontró su verdadera vocación al volante. Recorrió el país en turismo, llevó generaciones de chicos a la escuela y trasladó personal de empresas como ACA, siempre con una sonrisa y compromiso. “Cada persona que llevo es una responsabilidad. El volante me enseñó tanto como la vida misma”, dice Tony, que hoy sigue manejando con la misma pasión de siempre, llevando estudiantes a Rancagua. “El mejor legado que dejo a mis hijos es que puedan decir ‘soy el hijo de Tony’ y que eso despierte respeto y cariño”. Una historia sencilla, noble y profundamente pergaminense Lee la nota completa en www.laopinionline.ar"
No tuvo hermanos. Su papá falleció cuando él era adolescente, y eso lo marcó. “Sentí la responsabilidad de acompañar a mi mamá y ayudarla”, dice en esa condición de hijo único que siempre honró.
“Fui a la Escuela N° 10, tuve una hermosa infancia. Luego hice dos años en el Colegio Comercial, pero no me gustaba demasiado estudiar, así que un poco por vago, y otro poco porque ya había fallecido mi papá, dejé los estudios y comencé a trabajar”.
Su primer empleo, el Hotel
Su primer empleo fue en el Hotel Fenicia, recién inaugurado. “El doctor Auil y mi papá habían venido en el mismo barco desde Siria, así que mi mamá lo conocía y tenía confianza con él. Le pidió una oportunidad para mí y me la dieron. Era maletero”, cuenta. Aunque le organizaron los horarios para que pudiera seguir estudiando, “Tony” había decidido no continuar. “Le había tomado el gusto a esa propina y a ganar mi propio dinero, además me gustaba lo que hacía”, reconoce.
El Hotel Fenicia era un punto de encuentro de grandes personalidades. Los artistas que se presentaban en la zona, se hospedaban allí y mucha gente llegaba de todos lados. “Todo el mundo pasaba por ahí. Me maravillaba ver amanecer cuando me tocaba el turno noche”, recuerda, reconociendo que “yo no era un chico de salir, así que la primera vez que vi un amanecer, fue en el Fenicia”.
“Les pedía autógrafos a los famosos que se alojaban. Una vez tuve que correr a Horacio Guaraní. El y los músicos estaban empacando, no habían pagado la cuenta, y me mandaron a decirle. Se enojó un poco, con esa voz que tenía. Recuerdo que le pedí si no tenía una foto suya para dejarme, y me regaló una revista con una mujer en la tapa que guardé muchos años como recuerdo de esa anécdota”.
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19-10-2025 08:42
Embed - Diario LA OPINION on Instagram: "Con 68 años, Antonio “Tony” Casih es mucho más que un chofer: es parte de la historia viva de Pergamino. Desde su infancia en el barrio Acevedo hasta hoy, su vida estuvo marcada por el trabajo, la responsabilidad y el buen trato. Comenzó como maletero en el Hotel Fenicia, trabajó en la textil Filus —donde conoció al amor de su vida, Ana— y encontró su verdadera vocación al volante. Recorrió el país en turismo, llevó generaciones de chicos a la escuela y trasladó personal de empresas como ACA, siempre con una sonrisa y compromiso. “Cada persona que llevo es una responsabilidad. El volante me enseñó tanto como la vida misma”, dice Tony, que hoy sigue manejando con la misma pasión de siempre, llevando estudiantes a Rancagua. “El mejor legado que dejo a mis hijos es que puedan decir ‘soy el hijo de Tony’ y que eso despierte respeto y cariño”. Una historia sencilla, noble y profundamente pergaminense Lee la nota completa en www.laopinionline.ar"
Después de tres años en el hotel, “Tony” ingresó a Filus, la recordada fábrica textil que por entonces era un emblema de Pergamino. “Allí conocí a Ana Ester, mi esposa. Siendo compañeros de trabajo nos pusimos de novios y siete años después nos casamos en 1983”, cuenta con orgullo.
Tienen tres hijos: Joaquín y Agostina, mellizos de 40 años, y Aldana, de 38. “Los tres están en pareja: Agostina con Federico Pertierra, Joaquín con Majo Trinidad y Aldana con Juan Zubiliaga. Ya están encaminados los chicos, eso da una enorme tranquilidad”, admite. Y cuenta que es abuelo se seis nietos: Ona, Lua, Aloe, Caetana, Filipa y Blas. “Actualmente todos viven en Pergamino, eso es una alegría porque nos deja compartir tiempo juntos”, señala.
En el andar, su oficio
Antes de casarse, Antonio descubrió el que sería su oficio para toda la vida: manejar. “Trabajé en Caluch, en turismo. Recorrí todo el país, prácticamente vivía viajando. En ese empleo aprendí a manejar el colectivo”, refiere recreando las épocas en las que andaba de una provincia a la otra trasladando pasajeros, y siendo como “un turista más”.
“Estuve casi cinco años sin parar. Era un trabajo hermoso, la gente era espectacular, pero para la vida personal no había tiempo y eso comenzó a pesarme. Mi mamá vivía todavía y casi no la veía, así que dejé el turismo y me dediqué a otras cosas que me mantuvieron igual siempre cerca del volante”, abunda.
En la búsqueda de ese camino, fue que comenzó a trabajar en el rubro del transporte escolar con Culell. “Después arranqué con Plencovich, recuerdo que empecé con una camioneta, hice clientela y más tarde, a medias, compramos un colectivo. Llegamos a tener muchos chicos, el 80 por ciento iba a Maristas, pero llevábamos y traíamos chicos de todas las escuelas”.
“Con el tiempo me abrí, compré una combi y seguí por mi cuenta. Más tarde tuve un colectivo, pero no me resultaban los costos”, agrega reconociendo que su vida laboral siempre fue una sucesión de búsqueda de oportunidades. “Entre el turismo, el transporte escolar y el servicio para empresas y particulares, fui armando mi camino”, expresa.
“En una oportunidad, regresé al turismo ya con mi familia conformada. Sabía el sacrificio que implicaba, así que lo hice por necesidad durante un tiempo nada más, y cuando pude, volví a la actividad local”, añade.
Responsabilidad y vocación
“Tony” trabajó durante quince años llevando personal para la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA): “Me convocó un amigo y colega y fue una hermosa experiencia, no falté un solo día”.
De espíritu disciplinado, siempre honró su trabajo con responsabilidad. “El que maneja trasladando pasajeros tiene un compromiso doble: con el vehículo y con cada persona que lleva”, afirma con convicción.
Reconoce que “por no saber cobrar más”, a veces le resultó dificultoso sostener su actividad desde el punto de vista económico, pero ninguna circunstancia adversa lo desalentó. “Hubo un momento en que no pude volver a habilitar el colectivo y eso me complicó un poco, pero me fui por la puerta grande, feliz de haber cumplido siempre en mi tarea. Cuando eso sucedió, obtuve nuevamente el carnet nacional y trabajé en Ramundo durante un tiempo”.
Consciente del largo recorrido, cuenta que en una ocasión, cuando ya se había alejado del turismo, el Municipio lo convocó para hacer un recorrido a Pinzón. “Les cobraba poco, pero cumplía con el servicio, disfrutaba del trato con la gente del pueblo, y más allá del recorrido formal, no me molestaba arrimarlos hasta donde tenían que llegar. A veces tenía que poner plata de mi bolsillo”.
“Después compré una Fiat y empecé otra vez con escolares. También le manejaba a Plencovich y también al Parque Industrial; y los domingos hacía el recorrido al Cementerio Parque y algunos viajes particulares”, precisa.
Un buen balance
El balance de su recorrido es sumamente provechoso. “En una época, cuando estábamos con Plencovich llegamos a tener más de 120 chicos que llevábamos y traíamos de la escuela. Generaciones enteras viajaron con nosotros”, señala y recordando cada uno de aquellos rostros y la confianza de cada familia, asegura que cruzarlos por la calle, hablar con ellos y recordar anécdotas lo acerca un poco a ese tiempo que nunca quedó atrás. “Ellos crecieron, se casaron, me ven por la calle y me saludan, algunos tienen más de 50 años y cuando los veo bromeo diciéndoles que ‘me van a alcanzar’ si siguen creciendo”.
Con casi todos tiene historias felices. “Solo cuando recién comencé con los escolares, tuve un pequeño accidente. Llevaba a los hermanitos Geoghegan hasta la casa, se cruza una bicicleta, pisé en freno y en esa maniobra, se lastimaron. Los llevé al Hospital y sentí que el mundo de me venía abajo. No les pasó nada grave, sus padres comprendieron y de hecho establecimos un vínculo de amistad entrañable, durante muchos años. Ese día después de asistirlos y asegurarme de que estaban bien, agarré las llaves del colectivo y le dije a Plencovich que no trabajaba más. Pero me convenció y me enseñó que la calle también tiene esas cosas”.
“Todos los días se aprende del manejo. La calle te enseña y hay que adaptarse. La experiencia vale mucho, pero uno nunca debe confiarse de ella”, reflexiona.
Su presente
En la actualidad y desde hace algunos años traslada estudiantes a la localidad de Rancagua. “Estoy con Jesús Trotta, con quien antes hice el servicio de Kruguer, hago el servicio de la tarde, llegamos a las 13.15 y regresamos a las 17.15”.
“Las tardes en el pueblo son tranquilas, charlamos, tomamos mate y comemos facturas. Algunas veces salimos a caminar. Y la relación con los estudiantes y con algunas docentes que trasladamos es excelente”, refiere.
También hace viajes particulares y disfruta el tiempo libre en su casa. “No me gusta demasiado salir, debe ser porque ando todo el día”, dice, fiel a su sencillez. Activo, asegura que piensa trabajar hasta que pueda. Celebra tener clientes fieles que confían él. Esa confianza tiene un valor intangible e infinito.
Tiene la fortuna de conocer a mucha gente y de haber hecho de su forma de ser su mejor carta de presentación. “Siempre les digo a mis hijos que algún enemigo debo tener, pero gracias a Dios les voy a dejar el hecho de poder decir ‘soy el hijo de Tony’ sin que nadie les dé vuelta la cara”, afirma y esa certeza lo reconforta.
Dueño de un humor inagotable, detesta las discusiones y la confrontación. Le gusta el encuentro con la gente. Sabe que la anécdota compartida es lo que une a las personas. Al volante, Antonio aprendió mucho más que a manejar, descubrió el valor de la responsabilidad y que el trato respetuoso brinda recompensa.