El apego a los valores de familia y una pasión por la restauración de autos antiguos
Su historia de vida rescata la importancia de nutrirse de buenas enseñanzas y saber construir las bases para alcanzar los sueños. Papá de dos hijos, hermano, amigo y compañero incondicional para las aventuras, su testimonio aporta la riqueza de aquellos que han sabido abrazar una pasión y transformarla en parte de lo cotidiano.
11 de mayo de 2025 - 07:18
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Rosendo Godoy compartió su historia de vida en diálogo con LA OPINION.
ROSENDO GODOY
Rosendo Pablo Godoy tiene 61 años y es parte de una familia de raíces fuertemente pergaminenses. Creció en un núcleo familiar conformado por sus padres, Ange Francisco y Dorin Frier “Cuca” y sus hermanos Guillermo, Angel María “Coco”, Javier, María del Valle, Felipe, Margarita “Mangacha”, María Alejandra “Leca” y Federico.
“Fuimos nueve hermanos, así que crecí en una familia numerosa, en lo cotidiano para almorzar siempre éramos trece o catorce sentados a la mesa y ni hablar cuando ese núcleo se fue ampliando”, cuenta en el comienzo de la charla que se desarrolla en la intimidad de su hogar. Enseguida afirma que se identifica en el concepto de ser “un tipo familiero”.
“Yo fui el más chico de mis hermanos, cuando nací mi hermano mayor tenía 17 años, y siempre recuerdo que fue el que me regaló mi primera bicicleta”, refiere. Creció en el barrio La Amalia, en una quinta de la calle Evaristo Carriego. “Tata compró el terreno en el año 1959 cuando en esa zona no había casi nada, antes ellos habían vivido en Italia 551, donde mi padre que era odontólogo tenía el consultorio”, acota y recuerda una infancia feliz.
“De cuando era chico tengo lindos recuerdos. Los domingos éramos una montaña de gente, la mesa era larga, la quinta era hermosa y podíamos andar en bicicleta por el barrio. Nuestra casa era el lugar de la familia y los amigos”, destaca. Comenta que fue al Colegio San José de los Hermanos Maristas y más tarde a la Escuela N° 1, donde egresó de la primaria. “Después fui al Colegio Nacional”, agrega.
Veranos inolvidables
Cuenta que pasaban los veranos en Córdoba, en Santa Rosa de Calamuchita donde su familia tenía una casa. “Nuestros veranos eran en Santa Mónica, nos íbamos a fines de diciembre y volvíamos en marzo. Durante la semana papá volvía a Pergamino para atender el consultorio, los viernes viajaba y pasaba los fines de semana con nosotros”.
En esa cercanía y en ese compartir comprendió desde siempre el valor de la familia y esos lazos entrañables, e incondicionales. “Siempre fuimos muy unidos, y hasta el día de hoy a pesar de que no todos vivimos en Pergamino y que los viejos ya no están, adoramos juntarnos”, resalta. Habla con profundo respeto y admiración de sus padres: “Mi papá era dentista y mi mamá, profesora de Historia”. También del amor que lo une a sus hermanos- dos de ellos ya fallecidos- y a sus sobrinos.
Su familia
Desde el año 1983 comparte la vida con su esposa Analía Savoia, a quien conoció siendo ambos muy jóvenes. “Yo trabajaba en Giácoma y cada mañana levantaba las persianas cuando ella pasaba por la vereda rumbo a la escuela. Gracias a un amigo en común conseguí el teléfono de su casa, la llamé, comenzamos a vernos, bailábamos en ‘La Vieja Barraca’, un día la invité a salir, aceptó y aquí estamos. Estuvimos siete años de novios y nos casamos”, relata.
Tienen dos hijos: Amparo y Jesús María, mellizos de 25 años. “Ambos viven en Buenos Aires donde ejercen su profesión. Ella es abogada y él licenciado en Historia que actualmente está haciendo su doctorado”, cuenta con el orgullo de verlos encaminados cada uno en el sendero elegido para transitar la vida.
Una decisión importante
Siendo adolescente, la decisión de dejar de estudiar fue determinante en la construcción de su destino. Recuerda como si fuera hoy el día que le comunicó a sus padres que ya no iba a seguir yendo al Colegio Nacional. “Jamás olvido la cara de tristeza de mi padre. Todos mis hermanos habían estudiado, pero a mí me resultaba un suplicio. No me dijo nada. Y a mí eso me llamó la atención. Al día siguiente me despertó a las seis y media de la mañana y luego de desayunar me mandó a buscar trabajo: ‘No vuelvas hasta que no lo encuentres, yo vagos no mantengo’, me dijo. Salí y al rato tenía empleo”.
“Cuando miro hacia atrás sé que esa fue una decisión importante que tomé en la vida, no sé si me arrepiento, creo que no porque empecé a trabajar y me fue bien”.
Su historia laboral
Comenzó a trabajar a los 15 años. “Mi primer empleo fue en un taller en el que estuve unos meses y me fui porque no me pagaban. Después, a través de un primo, comencé a trabajar con Alberto Ferrari en el campo, donde estuve hasta que entré en Giácoma. Luego me tocó el servicio militar en Junín de los Andes, y al regresar trabajé un tiempo más en el campo y entré a Cargill”, relata.
En la planta de Fontezuela de esa empresa estaba afectado a la división Sorgo. “Hacíamos ensayos, trabajábamos en Pergamino, pero también viajábamos a campos de Santa Fe y de Chaco. Yo estaba con ‘el flaco’ Barberi, un maestro del que aprendí mucho, y con Carlos Mermet”, agrega y refiere que trabajó allí hasta el año 1988 en que se dispuso a abrir su propio emprendimiento comercial.
El taller y la restauración
Al irse de Cargill instaló un taller dedicado a la reparación de caños de escape. “Siempre me había gustado el oficio y aprendí mucho a reparar y a manejar herramientas estando en el campo”. “Al principio arranqué solo, y después seguí con mi suegro, Héctor Savoia, un ser extraordinario, en una época fabricábamos caños de escape además de repararlos”.
De la mano de su actividad laboral, se introdujo en el mundo de la restauración de autos antiguos. “Me gustaba mucho el turismo carretera y los autos viejos”, señala. Y continúa: “De chico lo había conocido a Nasif Estéfano, y por propia iniciativa, armé una réplica de su auto. El había muerto en un accidente y el auto había desaparecido. Esa réplica me abrió las puertas de una actividad que me apasiona. “A raíz de eso se empezó a conocer el auto, comenzaron a invitarme a encuentros y carreras de regularidad, y me fui vinculando. Así fue que anexé al taller de caños de escape lo de los autos”.
Luego de esa primera restauración, llegaron varias más. “Hicimos el de los hermanos Iglesias de Pergamino, de la mano de un amigo, Ever Rocarbuna. Después hicimos varios más para carreras de regularidad, no eran réplicas, algunos eran estándar y otros, originales”, abunda.
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11-05-2025 10:31
Embed - Diario LA OPINION on Instagram: "Rosendo Pablo Godoy, 61 años, es parte de una familia profundamente pergaminense. Nació en un hogar de nueve hermanos y creció en una quinta en La Amalia. Amante de las reuniones familiares, aprendió desde chico el valor de los lazos y del trabajo. A los 15 años decidió dejar el colegio y comenzó a trabajar, una elección que marcó su destino. Pasó por distintos empleos hasta abrir su taller de reparación de caños de escape, al que luego sumó su pasión por la restauración de autos antiguos. Su historia es una celebración del esfuerzo, la familia y la pasión. Papá de mellizos, esposo de Analía desde 1983, vive con orgullo los logros de sus hijos y honra cada día el legado de sus padres y suegros. Sencillo, generoso, amigo de sus amigos, mantiene viva su esencia en el trabajo diario, en las carreras de regularidad y en cada encuentro con los suyos. Nota completa en @laopinionline -Link en bio-"
En el presente sus actividades laborales conviven “La reparación de caños de escape es mi trabajo diario. La restauración, en tanto, es algo que requiere de otros tiempos”. Respecto de esta actividad, siente que exige no solo dedicación sino “cariño”. “Te tiene que gustar porque renegás bastante, trabajas con cosas viejas, gastadas. Muchos repuestos hay que fabricarlos y hasta inventarlos; también cuesta conseguir mano de obra en pintura, porque ya nadie quiere hacer autos viejos precisamente porque demanda mucho tiempo, pero es apasionante”, destaca.
Con el entusiasmo del primer día, relata que realiza restauraciones con cierta regularidad, acompañado por un amigo. “En el taller trabajo solo con un amigo que me ayuda y lo hacemos a la par. Restaurar es algo que lleva varios meses, y la reparación de caños de escape, en cambio, es la tarea de todos los días”, refuerza y confiesa que le gusta ver los autos terminados. “Me encanta verlos, para mí hice cinco autos, disfruto del proceso de armarlos, pero no me los quedo, al tiempo los vendo porque no me gusta tenerlos y no usarlos”. Integrante de Auto Clásica Pergamino, disfruta del encuentro con otros que comparten ese mundo en el que el amor por los fierros y el trabajo conviven.
Las carreras de regularidad
También disfruta de la participación en carreras de regularidad. “Antes íbamos a más competencias, hoy solo hacemos el Gran Premio Histórico que se realiza todos los años y que permite recorrer el país”. Afirma que allí ocurre un encuentro de camaradería con muchos que comparten una misma pasión y eso resulta un estímulo. “En el tema de las carreras de regularidad el acompañante es el actor principal y he tenido la fortuna de tener de los buenos. Arranqué con Ever Rocabruna, mi amigo, y con él ganamos dos campeonatos. Después he ido con distintos acompañantes y en el último, con José Slava, que es un bocho en matemáticas y eso es muy importante por las cuentas que hay que sacar”, señala.
Rutinas cotidianas
Cuando no está trabajando es un hombre de rutinas simples. “El tiempo libre es para disfrutar de los chicos. Viajamos para visitarlos y aprovechamos para pasear en Buenos Aires, es algo que a Analía y a mí nos gusta hacer”, comenta.
Su gran disfrute es el tiempo compartido en familia. “También me gusta pasar tiempo con amigos o reunirme con mis hermanos. Tengo algunas peñas también a las que voy de vez en cuando. Y en el taller es muy común que se improvise un almuerzo y allí estemos los que compartimos lo cotidiano a diario. Ever, Julio, Patricio y yo estamos siempre en el taller, desayunamos, hacemos algo a la tarde, podría decir que somos del elenco estable para un buen encuentro”.
Amigo de sus amigos, dueño de la fortuna de tener buenos lazos afectivos y muchísimos conocidos, anda por la vida llevándose bien con el paso del tiempo. Sin perder de vista que su esencia está en el seno de esa familia en la que nació y de la que tomó los valores, y en la base sobre la que construyó los pilares de su propia familia.
“De mis padres aprendí todo. Mi viejo era un tipo recto, que sabía traerte siempre a la buena senda. Mi madre era alegre y explosiva. Y con mis suegros Leonor y Héctor compartí mucho. Mi suegro fue un tipo fuera de serie, íntegro y celebro que mi hijo tenga tanto de él, desde la forma de caminar hasta el modo de pensar y pararse frente a las cosas”, señala con la voz entrecortada, esa que surge siempre que el diálogo evoca el recuerdo de aquellos seres amados que ya se han ido. “Mi suegro ha sido una enorme referencia para nosotros, sentimentalmente, moralmente, espiritualmente y hasta económicamente”, insiste, con un gesto de gratitud. “A mis suegros y a mis viejos los extrañamos mucho, nos han dejado un gran legado de valores, la mejor herencia”, reflexiona y enseguida piensa en sus hijos: “Le agradezco a Dios lo que son, con mi esposa siempre decimos que hemos tenido mucha suerte de tener los hijos que tenemos, seguro hemos hecho una tarea, pero también en estas cosas hay que tener un poco de suerte, y la hemos tenido”, concluye anclando el diálogo en esas cuestiones esenciales, esas que nutren verdaderamente la vida, sin esperar más que un devenir que le siga devolviendo la felicidad de ellos, y la propia, como principal recompensa.